# 4

Así como la lluvia se convierte en nieve, y a veces, la tormenta deviene silencio blanco; así como, a veces, la lluvia no es lluvia ni nieve, sino aguanieve, así transcurre el tiempo. A veces agua, a veces nieve tupida, a veces pequeño charco que nos inunda cuando constatamos que ya no somos niños. A veces necesitamos aproximarnos a la muerte para atesorar esas escenas vivas enmarcadas en la captura de un instante; captura a veces fotográfica, sobre todo poética, como mostrará Paolini en estos versos acuosos.
… la descomposición
está más cerca del fruto
que el hueso.
Ana Blandiana
yo paso leve como los meses
con el mismo tedio sobre los objetos
sobre las flores en el alféizar y el fruto magullado
paso con la misma calidez casera
y dejo todo lo demás pasar sobre mí
la luz es también una herida abierta sobre el espacio
y el tiempo una criatura que se mueve a hurtadillas
entre los visillos
el tiempo es el que es
en su estado trashumante
y aún así,
habitamos ese momento
constante e inmóvil
dentro de los márgenes
y los contornos de la foto
creemos que la imagen lo contiene todo
que cabe un bosque
donde nunca dejó de llover
cabe la inquietud de los perros
siempre a punto de ladrar
que custodian al niño y a las vacas pastando
tenemos la impresión
de que ahí no pasaron los años
que no pasaron
desde aquella tarde
desde el peso de las frambuesas
que se entregaron obedientes
a las palmas húmedas
había tanto serrín en el taller del abuelo, tanto
que el tiempo no era necesario para secar las uvas
/ sabes, quizás no exista lo que recuerdas
quizás nunca hubo conservas de nueces verdes
ni gorrión golpeado ni el trineo de tu madre
y como en ti todo es breve
no fuiste un niño por mucho tiempo
tenías los huesos envejecidos de nostalgia
pliegues en los recuerdos,
la memoria destilada de hierbas y frutos
añejos
era agotador
/ quizás el olvido sea tu única marca de nacimiento
y como te sientes un extraño
quizás no exista lo que recuerdas
/ ¿de niño querías que te contaran cuentos
o la verdad? quién sabe,
puede que el amor sea el olor a metal a pastor a col fermentada
y las manos lo sostienen como trabajando la madera
puede que el amor sea la mala lengua
puede que el amor sea
cómo se sabe que cabe tanto duelo en el corazón
porque te inundas,
te inundas cada vez que te llueve por dentro
no se oye nada del viajero, nada
ni la profundidad de su silencio
/ esta mañana es como la memoria misma
la nieve quieta lo cubre todo
no se oye nada y nadie te recuerda
no te recuerdan los gorriones
que saben sobre qué rama posarse sin hacer ruido
no te recuerda la calma,
ni los restos del campo
que una vez atravesaron las liebres
/ qué hablarán los nogales
qué dirán de ti
qué queda de mí en los pinos y los robles
/ oyes la brisa borbotear como una cafetera
y la luz es suave como interior de fruto
pero no me acostumbro a los ritos de invierno
no se oye nada y nadie te recuerda
aunque conozcas la colina
y sepas bien dónde estaban los maizales
/ recordar es tu instinto primario
como el perro pastor vuelve a los caminos
por los que anduvo siendo un cachorro
cómo será la palabra de los nogales, cómo será
será el color azul, rasgado
pesado de ausencia
las fibras vegetales del rojo
o la corteza de diciembre
cuando amanece hasta el agotamiento
Valentina Paolini (Venezuela, 1994). Cursa lenguas y literaturas modernas en la Universitat de Barcelona y también es profesora de inglés. Ha publicado poesía en la revista Casapaís (El fuego es la otra lengua) y es cocreadora del proyecto de memoria colectiva de mujeres @MujercitasStudios en Instagram.