# 2
El habitar un espacio (en este caso casa) es un complemento de la individualidad, pues en aquellos lugares suceden y se crean acontecimientos e historias que se filtran en los sentidos. Las emociones son al final son un resultado de ello al igual que las interrogantes ¿de dónde soy? ¿a dónde voy? ¿en dónde estuve? ¿en dónde estaré? Sin embargo, no tenemos esas respuestas y son hechos que suceden, que no podemos controlar, sino solo experimentarlos.
Móvil 4.
Recolectar insectos del jardín era uno de sus pasatiempos favoritos de niña; andaba en bicicleta junto a su hermano y primo alrededor de la colonia. La música en volumen alto nunca faltaba; ni los cumpleaños o convivios. Acompañaba a su madre al mercado de los jueves o sábados y compraba discos que escuchaba en su minicomponente que le había regaló su padre. Cuando creció más iba a las fiestas de su primo que vivía a lado de su casa, se divertía y regresaba relativamente tarde a su hogar, eso no le preocupaba. También, todos los días aproximadamente a las 6:30 am se iba al bachillerato con su amiga que vivía cruzando la calle. Mucha gente conocía a su familia; todo se veía bien, aunque a veces no. Un día todo acabó.
El origen.
Llegó a un nuevo hogar con su mamá y su hermano, se sentían extraños, pero intentaban acoplarse. El silencio de la colonia era reconfortante, aunque todo estaba lejos. Intentaban sentirse bien, sin embargo, el dolor y los recuerdos no se los permitía.
Todo se sentía tenso: en conflicto; gritos e incomodidad. Ella terminó la universidad, obtuvo su primer trabajo, no era lo que esperaba y renunció. La presión creció dentro de ella. Encontró algo nuevo y mucho mejor. Al mismo tiempo se aisló de la gente, no quería salir de su casa y no le importaba hacer nuevos amigos, con los de la universidad era suficiente -pensaba-.
La pandemia llegó, su hermano se fue y la familia creció. Nació su sobrina.
Se mudó.
El nuevo comienzo.
Octubre 31, llegaron nuevamente a un nuevo lugar, pusieron el altar de día de muertos y conversaban que ahora todo iba a estar mucho mejor. Nuevamente ella, su mamá y su hermano estuvieron juntos, aunque sólo fue por un día, pero el amor y la felicidad no se podía explicar. Poco a poco se instalaron e intentaron hacer del departamento algo propio.
El camino ya era familiar, pues era el mismo que el de su infancia y los viejos amigos se alegraron de saber que estaban nuevamente cerca. Regresó a su antigua casa para ver a su padre pues ya había pasado un tiempo que no convivía con él. Al inicio no era fácil, pero intentó.
Su madre comenzó un negocio y ella le ayudaba, era muy agotador y así fue durante cinco meses. Un cambio de ánimo en su madre le causaba preocupación, pues enfermó en varias ocasiones por lo que dejaron de salir a vender; el cansancio en su mamá era notorio y el ambiente comenzó a ser muy tenso. La felicidad con la que habían llegado culminó y decidieron irse de nuevo.
De paso.
Nuevamente era octubre, pero ahora no hubo altar para sus difuntos, sólo sabían que era un lindo lugar con árboles frutales y cuando caía una lima inmediatamente corría para lavarla y comerla.
Ella sabía que se sentía diferente y a pesar de que seguía cerca de su antiguo hogar tenía incertidumbre…
Donde se dan las limas.
Yael Gómez (Ciudad de México 1996). Egresada de la licenciatura en Artes Visuales, FAD UNAM. Su trabajo artístico gira en torno a lo autobiográfico, el cuerpo, la identidad y la memoria. Es diseñadora editorial e ilustradora de la AMEICAH. Ha sido tallerista en apreciación y expresiones visuales en diversas ferias de libros de la Ciudad de México. Cursó los diplomados en “Casa Ilustración: Narrativa de las imágenes”, Unidad de Posgrado, UNAM y “Diseño y producción editorial”, CMA-AMEICAH. En 2018 desarrolló talleres de artes plásticas en el hospital psiquiátrico infantil “Juan N. Navarro”, Ciudad de México.