# 3

saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

ALBA GIMENEZ

Discursos para una platea vacía

En estas viñetas literarias, Alba Giménez despliega una prosa donde lo poético y lo ensayístico conviven en partes iguales. A partir de una voz biográfica que emprende vuelo desde la anécdota personal, Giménez logra trazar un territorio donde “los nacidos bajo el signo de Plutón en Escorpio” podemos, de algún modo, reconocernos. Sin contratos fijos y viviendo todavía bajo el alero de padres o en pisos compartidos, vamos tirando de una cuerda que a ratos parece floja, pero que siempre trae cosas en las que abrir la mirada.

La virgen del contador

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He encontrado la talla de una virgen (no sé cuál de ellas) en la caja del contador de la luz, y he decidido usarla para decorar la habitación. No sé si me va a traer suerte o me condenará por pagana. Por su cara hierática y desgastada intuyo que yo no le preocupo demasiado. Tampoco parece importarle haberse convertido en parte de un decorado kitsch y austero a un tiempo. Y ahí está, rodeada de plantas, sola y ya cansada de hacer milagros, si es que alguna vez hizo alguno. Quizá sí, para los abuelos que vivían en esta casa antes de que llegáramos nosotros. Ahora la casa la habitamos jóvenes sorteando la treintena, temiendo que nos pille igual de insolventes y desprevenidos que hace diez años nos sorprendieron los veinte. Charlando con Andrea, mi compañero de piso, me ha parecido que se sentía igual de desorientado:

—Estuve ocho meses en casa de mis padres, antes de venir a España. —Andrea se vino de Italia hace un año, traduce películas y bebe mate en el salón. Siempre está en casa, y su presencia me reconforta porque es una persona cálida y silenciosa.

—Yo, justamente, también. —Conocer la situación de Andrea me ha ayudado a atenuar el patetismo que me embarga cuando hablo de mi breve –o larga, según se mire– etapa de vuelta en el domicilio familiar (hay quienes me han dicho que ocho meses es mucho tiempo, y hay quienes consideran que ocho meses no es nada. A mí se me ha hecho corto y eterno a la vez). Ahora ambos estamos en una situación en la que "es-el-momento-de-mudarse", pero, por lo visto, no es un momento lo suficientemente definitivo como para tener una casa propia. Esta parece la situación de todos los compartidores de pisos precarios. Treinta años y ningún contrato a tu nombre. Treinta años conviviendo con vírgenes de otros y sin haber logrado llegar a existir del todo.

2

Hablando de vírgenes ajenas y de transiciones truncadas a la vida adulta. Por lo que se ve, la hija del matrimonio que vivía aquí saltó desde la azotea. Es vox populi en el barrio, pero como yo no hablo con nadie, no lo he sabido hasta al cabo de un par de semanas de vivir aquí. Supongo que eso es lo que le confiere un carácter algo siniestro a esta casa. Saber que han sucedido cosas, no todas buenas. No es algo que logre asustarme, aunque la primera noche que lo supe me costó conciliar el sueño. Lo cierto es que, cada vez que observo estas vistas, yo también pienso que es un buen lugar para morir. No es un pensamiento que me ocupe del todo, pero siempre aparece, en un momento u otro, cuando me siento aquí arriba a escribir y a tomar té. No tengo prisa por terminar con todo esto, es solo que la belleza de los lugares altos siempre tiene una sombra macabra. Supongo que el hombre pájaro que saltó de la torre Eiffel en 1912 debió de pensar algo parecido, aunque es cierto que, en ese caso, su muerte fue un daño colateral. Los que saltaban del Golden Gate antes de que pusieran la red de seguridad (más hombres que pájaros, en este caso) debían de pensar algo similar. Y lo mismo sentirán todos aquellos que, en algún momento, se deciden o a desafiar las leyes de la física o a acabar consigo mismos, impelidos, tal vez, por una necesidad urgente de luchar contra la gravedad.

El descubrimiento de Urano

La nueva era comenzó en 1542, aunque por desgracia nadie se percató de ello; no coincidía con aniversario redondo alguno, ni siquiera con el fin de siglo, tampoco revestía interés desde el punto de vista numerológico: apenas el número tres. Pero fue aquel año cuando aparecieron los primeros capítulos de De revolutionibus orbium coelestium de Copérnico y la totalidad de De humani corporis fabrica de Vesalio. Naturalmente estos libros no lo contenían todo, pero ¿existe acaso tal compendio? A Copérnico le faltó el sistema solar completo, planetas como Urano, que aguardaba su momento de ser descubierto en vísperas de la Revolución Francesa.

Los errantes, Olga Tokarczuk

Urano fue descubierto ocho años antes de la Revolución Francesa. Ocho años antes de la mayoría de edad del hombre, de un punto de inflexión en la historia de la modernidad –cuyo nacimiento se sitúa en el descubrimiento de América o el del Sistema Solar–. No deja de parecerme curioso que el primer reconocimiento de Urano mediante un telescopio coincida con este acontecimiento histórico –ya que, ocho años, en relación a la escala de la historia, o del cosmos, no son nada–. El proyecto emancipatorio de la Revolución se produjo a la vez, casi, que el descubrimiento de un planeta que, en astrología, se corresponde con el signo de Acuario. Y como se suele decir popularmente (y como puedo secundar en relación a amigos míos nacidos bajo este signo), son los más excéntricos del zodiaco. Me atrevería a afirmar que son los menos sujetos a protocolos y convenciones, o a normativas impuestas. Los más emancipados, en ciertos aspectos.

Se diría que la (hipotética) relación entre Urano y la Revolución Francesa muestra cómo los sucesos humanos pueden adquirir, a veces, una escala planetaria. Urano es el séptimo planeta del Sistema Solar. Es azul aguamarina, como si ese color nos advirtiera a simple vista lo gélido de su atmósfera, compuesta, esencialmente, de hidrógeno, helio y metano. Luego está el Urano mitológico –el cielo– nacido de Gea –la tierra–, cuyos testículos fueron amputados y lanzados al mar por Cronos, su hijo. En fin. Quizá no tiene mayor importancia, pero de algún modo quiero encontrar una explicación cosmológica a hechos que no sé muy bien cómo analizar. Como si los cuerpos celestes fueran interpretables de algún modo y pudieran darme alguna respuesta a lo que no comprendo. Tal vez sea por eso que últimamente me he aficionado a la astrología.

No sé bajo qué signo vivimos en este año, en esta era. No tengo ni idea de si en generaciones futuras se descubrirá que Mercurio retrógrado provocó una Tercera Guerra Mundial o si la pandemia fue causada por una conjunción Saturno-Plutón en Escorpio. Hablando de esto último, mi generación (los nacidos entre 1983 y 1995) tenemos Plutón en Escorpio. El signo de las transformaciones profundas, el signo, también, del infierno. No sé si tiene algo que ver con la crisis de 2007, la pandemia y la precariedad estructural a la que parecemos irremediablemente atados. Parecería que las causas de todo esto son más económicas que astrológicas, pero colegirlas de lo segundo tiene algo de ingenuo y poético que me gusta. Tal vez, si Urano fue descubierto en un momento de liberación y optimismo, ahora nos encontramos bajo el signo de Plutón, a las puertas de un averno 2.0, condenados a la inestabilidad crónica, a la duda permanente, al fracaso. Lo cual nos sitúa frente a encadenamientos sucesivos de fines e inicios de ciclo, aunque en nuestro caso, somos como Orfeos sin Eurídice: no hay un gran objetivo final, una explicación teleológica que, por fin, pueda ofrecernos una salida ante un estado de continua crisis. Probablemente, no saber a dónde vamos es la única manera de lidiar con todo esto, de hacer frente a la indeterminación. Al fin y al cabo, no se puede transitar el inframundo con los ojos abiertos.

Salto de fe

Aparentemente, los loros pueden desarrollar úlceras en la garganta. Parece que se les va la voz y la vida por verse condenados a repetir lo que dicen otros, por no tener algo propio que articular y proyectar hacia afuera. Se les gangrena la faringe porque nunca la han usado para comunicar nada, no han pasado de ser ecos ajenos.

"Un corazón sencillo" es el título de un cuento de Gustave Flaubert publicado en 1877. Narra la historia de una sirvienta cuya existencia es tan ‘pequeña' como el propio relato. Félicité trabaja para la señora Aubain. Pese a que su ama no le paga especialmente bien ni resulta fácil de agradar, Félicité no solo desempeña sus tareas diligentemente, sino que muestra respeto y fidelidad hacia ella. Realiza sus labores, asiste a los oficios religiosos y, salvo excepciones, lleva una vida sencilla y frugal, sin hacer ruido ni molestar a nadie. Antes de empezar a trabajar como criada, Félicité perdió a sus padres, y su pretendiente, Théodore, la abandonó por una señora mayor que ella para librarse del servicio militar. Al mudarse con la señora Aubain, Félicité se encariña con sus hijos, Paul y Virginie, y también con su sobrino, Victor. Sin embargo, las personas de su entorno van muriendo en diferentes circunstancias: Victor, en un viaje como marinero: Virginie, de una neumonía. Incluso su ama, a quien Félicité hubiera querido servir hasta el fin de sus días, perece antes que ella. Lo único que le queda es un lorito verde, Loulou, por quien siente un gran apego. Previsiblemente, el animal también muere, y ella queda tan afligida que encarga que lo disequen.

La vida de Félicité es demasiada poca vida como para que siquiera pueda terminar colgada de la lámpara. Su desdicha tiene algo de inevitable y prosaico, ante la cual el lector solo puede encogerse de hombros. Un suicidio sería un final demasiado sobrecogedor para alguien que ahoga su propio llanto con la almohada. Sean cuales sean los acontecimientos macabros que se suceden en su vida, Félicité se resigna hasta niveles infrahumanos. Quizá por eso el narrador se permite afirmar que «parecía una mujer de madera». Cuando releo "Un corazón sencillo", siempre me pregunto si el cadáver embalsamado es el del loro o si es Félicité quien se pasó la vida disecada sin saberlo. Me la imagino en su lecho de muerte, besando la cabeza del animal momificado, como si ese beso sellara una simbiosis eterna entre el loro muerto y su propio cuerpo, más vegetal que humano. Su condición irrevocable como esclava de las circunstancias. Entregándose con abnegación a las personas que la vida puso en su camino, pese a que ellas eligieran no hacer lo mismo.

Aunque, quién sabe, tal vez el loro sí la quiso. A propósito de lo cual me viene al recuerdo una frase sentenciosa que grabó en cierta ocasión una amiga, alguien que ha sabido querer y a la que han querido bien y mal a partes iguales: "L'affection se prouve par le sacrifice". Esto lo esculpió en una pequeña lápida fabricada con yeso y arpillera o estopa; como la que rellenaba el cadáver del lorito Loulou. Resulta irónico cómo materiales y cuerpos tan innobles pueden contener en sí algo mucho más trascendente que ellos mismos. De un modo parecido, el sacrificio o los sacrificios de Félicité no dejaban de ser sagrados, a pesar de que ni Dios ni nadie les prestó atención. Sus actos de entrega fueron rituales de desposesión. Y de la desposesión a la más pura indigencia emocional, solo hay un paso. Por eso, a veces, es mejor creer que todo va a salir bien.

Alba Giménez Gil (Barcelona, 1989) es Doctora por el European Centre for Documentary Research (University of South Wales, Reino Unido) con una tesis en torno a cine y filosofía. Graduada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona (2013) y Máster en Filosofía por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (2015) donde también trabaja impartiendo docencia, así como en la Universitat Oberta de Catalunya y la Universitat de Girona. Algunas de sus publicaciones incluyen “Distance and Implication: Reframing experience in Harun Farocki’s Eye/Machine series” (Film Studies Journal, Manchester University Press) y “Videojuegos y Arte: Paral·lel I-IV” (Ensayos y Errores: Arte, Ciencia y Filosofía en Videojuegos, AnaitGames). Compagina su actividad académica con la educación artística y la escritura literaria. Actualmente está trabajando en una colección de ensayos.

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