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por Alex C. Oliver
Rosina Conde (Mexicali, B. C., 1954) estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas y la maestría en Literatura Española (UNAM). Entre otros reconocimientos, obtuvo el Premio Nacional de Literatura "Gilberto Owen" 1993, el Premio Nacional de Literatura "Carlos Monsiváis" 2010, el Reconocimiento al Creador Emérito de Baja California 2010, la Medalla al Mérito Literario “Abigael Bohórquez” 2017 y el Reconocimiento FeLiNo 2018. En el 2010, la XXVIII Feria del Libro de Tijuana le rindió un homenaje por su actividad como escritora. Fue doblemente becada por el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de B. C., y fue miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (promoción 2011). Actualmente, forma parte de la Academia de Creación Literaria de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y del cuerpo docente del Diplomado para escritores del INBAL.
Traducida al inglés, francés y alemán. Su obra ha sido incluida en más de cuarenta antologías de México, Estados Unidos, Francia, España, Inglaterra, Austria/Alemania y Cuba. Ha trabajado en más de 160 guiones para telenovela (Televisa). Desde hace más de treinta años se ha dedicado a la promoción de escritores por medio de sus editoriales Panfleto y Pantomima y Desliz Ediciones.
¿Qué papel juega la lectura en tu proceso creativo?¿Cómo lees o cuáles son las circunstancias de tu rutina lectora como editora, además de las particularidades de tu vida cotidiana cuando lees o relees tus libros favoritos?
Mi padre decía que “hay que experimentar en cabeza ajena”, y tanto la literatura como el cine y la televisión me han ofrecido la posibilidad de conocer experiencias que no he llegado a tener en la vida. Cuando uno de tus personajes sufre, tienes que sentir ese sufrimiento como creadora, si no tu personaje no va a ser creíble. Entonces, ¿cómo sentir una emoción o un sentimiento cualquiera si no los has sentido en tu vida personal? Cuando empecé a escribir, difícilmente había experimentado emociones dolorosas. Sí había tenido algunos rompimientos con amigas o con mi pareja; pero no sabía lo que era el dolor de la muerte de un ser querido, por ejemplo, y la única manera de “vivir” ese dolor era mediante la lectura o la cine.
En cuanto al trabajo editorial, que es un trabajo de sobrevivencia, este me permite leer textos de las ciencias sociales que me proporcionan datos y referentes de vida. Como tú sabes, los personajes no solo tienen emociones, sino que se encuentran inmersos en un entorno histórico social, y esos libros me proporcionan material para contextuar a mis personajes: de qué y cómo viven; cómo es la sociedad en la que se hallan inmersos; qué conflictos sociales, filosóficos, religiosos o morales tienen; qué espera la sociedad de ellos, etcétera.
¿Cuál o cómo imaginas que es la prospectiva del performance en el terreno de quienes trabajan la escritura poética?
Creo que es un campo con mucha proyección que no ha sido suficientemente explorado en México. Casi todo el performance que se realiza en nuestro país tiene que ver con las artes plásticas o con la incisión del cuerpo. El problema es que los poetas consideran que la poesía no se relaciona con el performance y las ven como disciplinas antagónicas, y se olvidan que, antes de la invención del lenguaje escrito, la poesía era performativa.
Esta pregunta es para que te concentres como poeta y no como narradora: ¿Qué es lo que privilegias en tu autoconciencia y autocrítica para llegar a la sensación de que un texto poético está listo y ya no necesita más correcciones (la claridad, la música, la técnica retórica, la innovación, el efecto…)? O, en otras palabras, ¿cómo llega a ti la intuición de que ya te satisface el poema y ya puede salir a la luz?
Cuando considero que no necesito corregirle ni cambiarle nada, y que no me aburre después de leerlo más de cien veces. Si me aburre o no me dice nada, lo elimino de la computadora.
Qué opinión te causa la visión de “poeta” que escribió Musil: “se podría definir como [la persona] que más intensamente advierte la irremediable soledad del yo [...] Oscila entre la hipersensibilidad y la individualidad, entre la simpatía y la antipatía, entre el odio y la incomprensión”.
Es una definición que no comprendo. Para mí la poesía es la vida misma y el poeta la vive como fin en sí misma.
Enrique Lihn acotó que la poesía “es un trabajo que lo hace prisionero” o que la lengua poética “es una libertad encadenada al recuerdo o a los recuerdos”. En tu trabajo con las palabras para construir poemas, ¿cuáles son los recuerdos que privilegias?
Cada poeta es diferente, y privilegia las sensaciones o emociones de diversa manera. Yo casi no privilegio los recuerdos, sino lo que vivo en cada momento. Por eso, mi poesía tiene que ver con lo que experimento en el momento de escribirla o, más bien, la escribo en el momento en que experimento las vivencias.
Adentrándonos en tu primer poemario Poemas de seducción, publicado a principios de los ochenta, tu poesía encara a la sociedad de roles patriarcales. ¿Aún detestas “las palabras / sutiles y melosas / a los que se asustan / cuando chingamos a nuestra madre / a los hipócritas que lloran / cuando la clítoris se abre ante ellos / y a los que violan / la imagen del poeta”. ¿Qué ha cambiado de la mujer valiente, directa e irreverente que hace brechas en los tabúes en estos más de veinte años transcurridos?
Sigo siendo la misma o, por lo menos, eso creo yo. Todavía pienso lo que declaré en esa poética, si no, ahí está mi poema “Quiero palabras fuertes”, que escribí treinta años después.
¿Qué opinión te merecen los prejuicios en torno a la creación literaria? ¿Cómo los enfrentas tú o los haces conscientes? Esto viene a colación por percepciones de algunos poetas de que lo que parece “bolero” o “ranchera” pareciera “no digno” del poema, supongo en esta idea de pensamiento dicotómico de “arte mayor vs.arte menor”. Y lo pregunto a la luz de tu poemario de desamor Bolereando el llanto que está estructurado por un estribillo y diez boleros que exponen momentos intensamente vividos con una pareja. ¿Qué relevancia tienen las formas populares hoy día en la creación literaria?
Para empezar, yo no escribo para los poetas, por lo que me tiene sin cuidado lo que opinen sobre el arte “menor”. Yo escribo sobre lo que siento y me preocupa, sin pensar si me consideran poeta o no. Cuando llegué a la ciudad de México en los setenta, me criticaron porque escribía con métrica y rima sobre temas amorosos, así que tuve que aprender a escribir en verso libre; pero entonces me criticaron por ser feminista (o feminazi) y trabajar con temas que solo nos importan a las mujeres; después por cultivar la poesía narrativa; después por hablar del desamor… Pero todo eso me tiene sin cuidado y escribo sobre lo que me preocupa y sin pensar si es verso libre o medido y rimado, y cada poema me exige una estructura según funcione mi mente. A veces tengo que hacer trabajos sumamente repetitivos (cuando coso, por ejemplo, o corrijo estilo), y la poesía me ayuda a relajar el pensamiento, y sale influida por las otras actividades que realizo. Es decir, cuando hago trabajos repetitivos, las construcciones, por lo general, me salen medidas y rimadas. Además, se me facilitan más, porque me educaron en la tradición oral, y mi padre, quien era compositor, me enseñó a versificar desde pequeña.
Alguna vez Saúl Ibargoyen me explicó por qué no estaba de acuerdo con esta clasificación de “literatura comprometida o la poesía social”. En uno de mis libros favoritos tuyos, Poemas por Ciudad Juárez y Quiero palabras fuertes, denuncias la violencia, los feminicidios y la sociedad desmembrada por la injusticia. ¿Cómo se identifica un mal poema al trabajar estos temas sociales que varios poetas eligen no desarrollar?
Creo que el lector es el que decide si el poema es bueno o malo, dependiendo de si se identifica o no con él. Realmente no hay fórmulas para identificarlos, sino emociones poéticas que surgen de la lectura, dependiendo del momento que vive una sociedad o de las necesidades de los lectores. Hay poemas que a lo mejor yo considero “malos” que, sin embargo, tienen un gran éxito, o poemas que no me dicen nada y son aclamados por la crítica. Luego sucede que un poema que el siglo pasado se consideraba malo, ahora se reivindica y resurge de las cenizas como el ave fénix. Ahí está el ejemplo del Quijote, que fue muy mal visto por sus contemporáneos y ha tenido un éxito sin igual en las generaciones posteriores.
Quiero palabras fuertes, detonantes; que rujan, que destellen; exploten en sonidos delirantes; iluminen el ruido de la noche; a los muertos levanten: palabras-fósforo, palabras-trueno. Quiero palabras que no se intimiden ni se arredren con sombras de nostalgia; palabras migratorias que permitan cruzar sin pasaporte: palabras-salida, palabras-túnel, vía rápida, avenida, palabras-puente. Quiero palabras que aplasten gigantes, palabras-dragón, palabras-montaña, grandiosas palabras-kamikase. Denme palabras mil, palabras denme se tornen en palabras-semillero y otras mil me regalen, solo quiero convertir-las palabras-artillero que aniquilen palabras-robachicos, que destierren palabras-desencanto, las aplasten, derroten… mar certero Deberíamos borrar de la memoria las palabras secuestro, guerra, odio, extorsión, nepotismo, pandemónium, tortura, asesinato, genocidio, trata-de-blancas, abuso de niños; palabras agresivas, demandantes de la usura y el morbo por lo ajeno; palabras-bomba, snuff, cuerno de chivo, cañón, metralla, cohete… Deberíamos borrar de igual manera las palabras que ofenden los sentidos palabras-matadero, sacrificio, pedofilia, armamento, terrorismo; palabras-violación, toque-de-queda o estado-de-sitio. Eliminar podríamos, asimismo, palabras que mutilen la semblanza de las razas sumidas en olvido… Es por eso que pido mil palabras que iluminen el rostro del caído. Quiero también palabras de cariño que estallen de alegría en el horizonte: palabras-pájaro, palabras-juego; cargadas con las risas de los niños palabras con sabor a caramelo (pero que no empalaguen): dulces palabras, tierna; mas nunca lisonjeras: desechen el chantaje el llanto lastimero losayes vagabundos los odios plañideros; palabras preparadas para el vuelo con plumas de quetzal o ave de fuego; surquen mares radiantes avizoren el fuero tracen rutas y atajos entre sueños certeros y agoreros; que llamen a la vida de un mundo que se oculta en el ocaso pero que aún titila y nos pide entre sombras rescatarlo. ¡Lluevan palabras-música: palabras-canto! sin importar los ripios, sinalefas o hiatos; que abunden las palabras capaces de brindar por los naufragios, sufragios efectivos de una real elección. ¡Vengan palabras nuevas, las viejas y olvidadas, las pasadas de moda, las aún por nacer! soliloquios, también conversaciones, un tropel de palabras, cancioneros, centones, versos sueltos; ¡torrentes de palabras…! solo quiero gritar de algarabía por ser libre, confiable, ser humano.
de Poemas por Ciudad Juárez y Quiero palabras fuertes (Desliz Ediciones, 2016).
Alex. C. Oliver (Cuernavaca, México, 1983). Catedrático, terapeuta y escritor. Director editorial de la AMEICAH, A. C. y editor en Ediciones Eternos Malabares S. C. Ha dirigido diversas publicaciones periódicas y diseñado diversas publicaciones impresas y colecciones para múltiples sellos editoriales. Coordina la Cátedra Maria Acaso. Autor de una veintena de libros de ensayo y poesía. Parte de su trabajo literario ha sido traducido al inglés, francés, alemán, italiano, portugués y náhuatl. Mediador de lectura especializado en escritura creativa. Integra una treintena de antologías en Iberoamérica. Ha sido miembro del consejo editorial de diversas revistas y ha sido jurado en diversos concursos nacionales e internacionales de creación literaria. Ha participado como ponente en diversos congresos en Canadá, Cuba, Argentina, Uruguay, Ecuador y Perú.