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saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

BRUNO ANTÓN

Los sueños de Penélope

Me gustaría decir que la reescritura es un ejercicio de una redundancia penosa, porque la lengua que nos configura se configura ella misma de la totalidad de sus textos. Decir: cualquier soneto es el soneto petrarquesco; el amor, una invención provenzal; la palabra alhacena guarda la miel dulce del dátil o el río Duero fue, en algún momento, duradero. Esto es una ilusión que reduce la realidad del lenguaje a las dimensiones de una balsa en calma, igual a sí misma. Lo cierto es lo contrario: la reescritura es un ejercicio de una pena redundante. Reescribir consiste en medir la distancia entre uno mismo y un texto que uno creía propio y darse cuenta de que esa distancia es más ancha que un mar enfurecido. Al atardecer de un día de principios de diciembre frente al Mediterráneo puedo sentir la emoción del mar abrirse para mí, y puedo soñar que ese mismo impulso lo sintió Telémaco, mirando el mismo mar, soñando él mismo en el viaje de su padre. Después, no obstante, ese mar se encrespará (es hermoso el verbo encrespar, habita el cenit de la espuma) y la identificación de la lengua con su íntima historia textual será solo un recuerdo de la calma destellando entre las olas. Y con esta conciencia de distancia reescribiré a Penélope, en la lejanía nocturna de su sueño plegando sobre sí los hechos del día, como un poema que se encrespa para comprender la belleza de su agua. Y será Penélope penosa otra vez: otra vez lejana, de su hijo y su marido, de mí mismo lejano en el mar del tiempo y la traducción. Y sentiré entonces la lejanía de mi propia madre, mi incomprensión por sus gestos de ansiedad, la conciencia súbita de la distancia que separa a cualquier hijo de su madre. Y todas esas lejanías serán cada una única, lejanas entre sí. Madre, sin embargo frente a este mismo mar. Y volverá a encresparse el océano: la reescritura, un ejercicio de una redundancia hermosa.

Canto IV – El sueño de Telémaco


Hermana especular de mi memoria 
Iftime, ¿cómo llegas a mi estancia? 
¿por el mar cruel y desde la distancia 
o por el sueño vienes, ilusoria? 

Te trae esta tristeza invocatoria 
desde la isla antigua de la infancia 
donde parte con velas de ignorancia 
la juventud de anhelos y de gloria: 

Luna de harina por el mar de vino 
espejo por los pliegues del olvido 
en el viento de uva y de trigo. 

Desde el dintel del sueño cristalino 
resbalan los reflejos del marido 
y las voces de sal del enemigo. 

Se acuesta vestida y con la luz apagada. Piensa que hace tiempo que vive dormida. También piensa que hace tiempo que no sueña. Como siempre, ha vuelto a casa del trabajo y ha dejado el bolso grande encima de la mesa. Lleva las cuentas en la empresa de su marido. Hace tres años que despidieron al último de los empleados. El sector ha cambiado y la empresa ha envejecido. Se le clava en la espalda la bandeja que usa para que no se caliente el ordenador contra las sábanas. Piensa en levantarse y sacarlo del bolso, por la noche lo usa para ver series. No lo hace. Recoge las piernas sin importarle que los zapatos manchen la colcha. Se ovilla con la bandeja aún debajo. Piensa en los ojos azules de su hijo cuando era pequeño. Hace dos años que vive fuera. La noche la cubre. Las lágrimas caen de sus ojos cerrados.

Canto XIX – El sueño del águila y los gansos


Recuerdo un nombre alado de mil voces 
atravesando el viento, el mar, los años 
sosteniéndose en fábulas y engaños 
como en aire las águilas feroces. 

Sueña la luna de las doce hoces 
destellos por el río de mis plaños: 
flechas de grana floreciendo daños, 
que saetas de amor matan veloces. 

Urdo dormida puertas de este mundo: 
el umbral del colmillo que te ulcera 
y la entrada de cuerno de tu casa. 

Decide si tu sueño de errabundo 
termina aquí junto a mi triste espera 
o si es tu hogar el sueño que fracasa.  

Homero construye en la Odisea una trama de sueños que atraviesa, subrepticiamente, todos los cantos. Son significativos el insomnio y la vigilia de Telémaco y Ulises pero todavía lo son más los sueños de Penélope: al principio una consolación divina a través de señales del pasado (la aparición de su hermana Iftime en el canto IV), hacia el final una seducción y un modo de afectar al mundo a través de su simbolismo (el sueño del águila y los gansos en el canto XIX).

Penélope habita los umbrales a lo largo de toda la Odisea. Se encuentra en un estado liminal perpetuo entre dos posibilidades: el retorno esperado del marido y el abandono de su casa y su estirpe. Cuida del orden de su hogar a la espera de Ulises a la vez que seduce a sus pretendientes para un posible matrimonio. Ambas posibilidades deben quedar abiertas. Su capacidad de actuación es, no obstante, limitada; se circunscribe a las paredes de su casa y, en último término, a las de su dormitorio. Desde ahí teje un artificio que obliga a Ulises y los pretendientes a una confrontación real de sus sueños y deseos a la vez que se asegura para sí y su hijo un lugar en cualquiera de los resultados finales. Sabe que el futuro, como el sueño, es incierto.

Su mejor ejercicio de seducción va dirigido a Ulises, experimentado seductor él mismo. El artificio es simple: en el canto XIX, mediante el simbolismo onírico de un águila que asesina veinte gansos, insta a Ulises –disfrazado de mendigo– a dejar de tramar artimañas y a actuar para ocupar la posición que veinte años de ausencia le han arrebatado (tal vez, pues, los gansos representan en realidad su larga espera; el asesinato es un rehacimiento contra el tiempo). Además, Penélope inventa para él una teoría del sueño que a la vez que apela a su capacidad interpretativa –es, por su abuelo Autólico, descendiente de Hermes– lo obliga a tomar partido: puede seguir fabulando su identidad compulsivamente y entrar por la puerta de marfil –el marfil del jabalí que lo marcó en casa de su engañador abuelo– o puede entrar por la puerta de cuerno cuyos sueños “terminan en verdad, quien sea de los hombres que los ve”.

Finalmente, propone un concurso consistente en usar el arco de Ulises para hacer pasar una flecha por el ojal de sus doce hachas: prefiguración de la matanza de los pretendientes; doce son los ciclos lunares que hay en un año, simbolizando la espera y el sueño; serán doce las criadas asesinadas colgadas en el aire como flota la luna en el mar, como flota un barco a la deriva. Arco, flechas y la forma de luna de las hachas, así como el cuerno de ciervo, son todos símbolos de Artemisa. Penélope es consciente de que, sea cual sea el resultado del enfrentamiento, unos cumplirán sus deseos y los otros morirán.

Canto XX – Figuración de Ulises


Tejí encima del sueño una blancura 
de asfódelos tramados con la luna,
una urdimbre de tiempo y de fortuna, 
sábana de deseo y sepultura. 

Y vino ayer, envuelto en noche oscura, 
Ulises, desde el ancho mar que acuna 
las orillas del vino y la aceituna 
con envites de sangre y de ternura. 

Hermes, conduzca tu llameante rama 
al hombre que termina su camino 
amarrando su anhelo a esta tierra; 

cuando el cuerpo que al fin yace en la cama 
se adentra por las puertas del destino 
y los ojos la noche eterna cierra.  

Bruno Antón (Barcelona, 1997). Es máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra e imparte clases de español a extranjeros. Actualmente trabaja en un poemario con fragmentos ensayísticos que llevará por título Los sueños ahogados. “Los sueños de Penélope” formará parte de este libro.

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