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¿Cómo representar la distancia? Alicia Fernández aborda la separación entre el yo y el tú, la amplia geografía del mundo que a veces divide y separa los cuerpos. A partir del rescate de las pequeñas cosas (duraznos, cartas, moscas, mensajes de celular, salones de belleza) estos poemas irán tejiendo una red entre territorios tan dispares como Arizona o Chile, Kentucky o Barcelona, permitiéndonos entrar en la intimidad de un paisaje que no rehúye exponer sus propias catástrofes.
Borde transformante
Siameses
i En 1689, Johannes Fatio consiguió con éxito convertir a Elisabet y Catherina Meijerin en agua y aceite en Constantinopla. Incluso aunque el aire faltaba entre ellas como en un pulmón colapsado, aún podían físicamente darse la espalda. Les partieron el hígado de la misma forma que uno partiría un mango. Dos nuevos hígados crecieron por separado como estrellas de mar. ii Tú ahora estás en Santiago y yo sigo en Barcelona. Los viejos juegan a las cartas en su mejor ropa de domingo. Las avispas se arquean sobre el agua fresca de la fuente. iii Las palabras se deslizan desde las yemas de tus dedos como en una pista de patinaje sobre hielo. La pantalla de mi teléfono se ilumina para replicarlas y puedo ver cómo las letras se desencadenan una a una. Ya no están atrapadas allí donde estás tú, entre Pudahuel y La Reina. Puede que en el camino estén rozándose con las palabras que yo te envío y que ahora cruzan las fronteras que nos separan como si fueran el opio que viaja cada día desde México hasta Douglas, Arizona. iv Me despierto con el sol en la cara. Mi teléfono está sobre el colchón. Cuando estiro la mano para agarrarlo noto el túnel de carne oscura cavado desde mi cuerpo al tuyo. Comienza justo en mi esternón.De los 1047 kilómetros desde Asheville hasta Chicago
he doblado las esquinas de las páginas del tiempo durante años bordando tu nombre en el cielo bajo una luna delgada como una uña cortada cinco años es mucho tiempo y la cánula metálica contra el cérvix estaba fría y dolía tan adentro me imaginaba que éramos las típicas personas que conducirían borrachas a lo largo de los montes Apalaches porque sí siendo el deseo de morir de la medianoche pequeños como polillas, dejando atrás restaurantes vacíos como despensas saqueadas y un día dijiste lo de Yugoslavia no será nada al lado de esta ruptura no sé por qué coño te hice conducir once horas pasar la noche en Kentucky para encontrarme, si no fui capaz de pedirte que me follaras cómo podía pensar siquiera en eso y no contarte primero lo del viaje a la clínica todo el camino pensaba que seríamos pájaros para cuando llegáramos, cansados del vuelo y si en el hotel me hubieras pedido, qué sé yo una taza de té te habría llevado hasta el hervidor en el cuenco vacío de mis manos planeando sobre las mareas que asediaban el suelo del dormitorioLavatorio en Travessera de Gràcia
Cuando llamas al albaricoque damasco imagino el horizonte trémulo de Antioquía y los cuerpos exangües bajo una capa de polvo ligera y antigua. Borde transformante. Aquel verano descubrimos la importancia del metal: el clonc-clonc de la llave inglesa contra la bombona de butano, la letanía triste de los chatarreros del barrio fundiéndose con el centrifugado de la lavadora. Esta tarde, en el local de la esquina, una chica de pelo lacio, oscuro como un quebranto, me ha limado las uñas de los pies. Ha sostenido mis plantas mugrientas sobre muselina blanca, mortaja húmeda como el pecado que ha purgado de mí con sus manos pálidas.Arañas de rincón
Esclavo del miedo que infunde lo improbable, buscas pólizas de repatriación en Google que puedan retornar a casa tu cuerpo inerte. Te observo atrapar una polilla en el sarcófago de tus palmas mientras leo sobre las reclusas chilenas que habitan en las fisuras de las casas y del suelo y pienso cuán generoso ha sido Chile al agrietarse para acogerlas, y si tendré la misma suerte cuando lleguemos.Baltimore
Un tanka para M.
La luna brilla sobre el negro muelle. Eco de jungla. Años luz de ti a mí. Nadan los tiburones.Tsunami
El mar está recogido. También la ropa. Evacúan la costa. La arena queda libre. Se seca. Sangran silicona blanca las baldosas del baño. Hay que esperar doce horas. Tus padres han subido al cerro con el gato en brazos. Contemplan la ciudad. Se escurre el letargo tibio de una furia que no llega. Atasco ácido del pulso. Podría contener el derrame con las manos. Salvar a tus padres, al gato, a los vecinos. Llegar a casa empapada, hacer de la cama un arrecife. Esperarte. Esperar la embestida de las olas. Soñar con fuego. Fricción de placas. Erupción en el Pacífico. Qué absurda el agua.
Alicia Fernández Gallego-Casilda (Jaén, 1989). Es traductora y profesora de Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Algunos de sus poemas escritos en lengua inglesa han aparecido en revistas británicas como Strix y The Interpreter’s House. En castellano ha publicado poemas con el colectivo Hay Otra Fiesta en la antología del mismo nombre (RIL, 2022), así como en las revistas latinoamericanas Crisopeya (2022, Colombia) y Oropel (2023, Chile). Desde 2021 organiza el club de lectura de poesía Spring & All, listado en la web “Barcelona, Ciutat de la Literatura” de la UNESCO. Fue finalista en la convocatoria inaugural del premio de poesía organizado por el Centre de Cultura de Dones Francesca Bonnemaison en 2022.