carlos emilio zavala (Ciudad de México, México, 2000). Poeta y estudiante de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha publicado en el periódico estudiantil ¡Goooya!, y revistas literarias independientes. Ganador del concurso “DemocratizArte”, 2021, en la categoría de poesía, organizado por el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad (PUEDJS) de la UNAM y el VI Premio de Poesía Hispanoamericana Francisco Ruiz Udiel con el poemario Arritmia!(2025) publicado por Valparaíso Ediciones.
Las ciudades nunca pasan desapercibidas en la literatura. En México, el retrato de las urbes ha sido particularmente clave para las mitologías prehispánicas, las crónicas de los conquistadores, de religiosos, miembros del poder, sus habitantes y alguno que otro viajero esporádico. Han sido el fondo de los relatos de ficción sobre niños enamorados, de jóvenes poetas en busca de una autora de culto desaparecida en el desierto, así como tantos poemas que podrían construir mil y un apartamentos que no serían suficientes para dar cabida a todas las voluntades que desean habitarla.
Al recorrer cualquier ciudad, es inevitable desear viajar en el tiempo para confirmar si en verdad habríamos disfrutado vivir en su época de mayor esplendor o por lo menos confirmar qué tan ciertas son las descripciones literarias que existen sobre estos sitios que ha sido escenarios y a la vez testigos de más derrotas que victorias, cuya memoria prevalece entre muros y bajo el asfalto a la espera de quien los roce con la punta del talón, las palmas de las manos o el ojo bien entrenado que tenga en cuenta que son un ser vivo que hacemos mover, como apunta Carlos Emilio Zavala (Ciudad de México, 2000) en su poemario Pálida inestabilidad de nuestro tiempo, publicado por Valparaíso Ediciones (España) en su Colección de Poesía.
En poco más de cien páginas, Carlos esboza una de etapas contemporáneas más relevantes de la época contemporánea en la Ciudad de México. Entre las elecciones presidenciales con el mayor índice de participación en la historia del país, los sismos que recordaron -pero afortunadamente no superaron- a las tragedias de 1957 y 1985 y la crisis mundial por causa de la pandemia de COVID 19, no cabe sitio para la impunidad, la violencia, el deseo y la nostalgia. Incluso ni la ciudad es inocente.
Un intento por decir que, tanto en poesía o al menos en todo poema, para contemplar la belleza hay que estar dispuestos a atravesar su velo negro y abrazar incontables matices de crueldad, porque es ahí donde puede encontrarse el momento más vívido que se pueda tener hasta el momento; sin embargo, no todo lo trágico necesariamente debe acabar en un llanto, quizás solo en una extraña mezcla de anhelo y temor: “[…] Frente a frente, / de este lado de las vías, / Te he preguntado con los ojos / si llegarás a tu destino, / si nos volveremos a ver / o si te habrás ido para siempre.” (Zavala, 2024, p. 7) Aunque también hay espacio para la esperanza: “[…] aquí somos lo que imaginamos, / genios sin luz en las pupilas, / arquitectos de un destino en obra negra, / quejosos de las formas y las modas, / amantes de lo absurdo y lo radiante.” (Zavala, 2024, p. 33)
A diferencia de otras épocas donde ya se saboreaba la llegada de ese futuro tan prometedor que llegaría para darnos gozo y abundancia a manos llenas, estos años solo dejaron en la boca un sabor de incertidumbre que, extrañamente, en lugar de dejarnos indiferentes ante el devenir, puso en alerta todos los sentidos. Hoy es cuando más nos ha preocupado saber hacia dónde vamos en y con las ciudades. Estos años de crisis pusieron sobre la mesa el preguntar si tanto nosotros como las ciudades estamos perdiendo la esencia a pasos agigantados o estamos quedándonos rezagadas ante el progreso; si cumplimos con lo justo para morir, porque para vivir hemos nacido.
No sé si llamar irreal o irónico al hecho de que la humanidad haya creado y las ciudades solo para modificarlas constantemente, debido a que apuntan a la ciudad como la responsable de afectar a sus propios habitantes. Cuando menos nos demos cuenta, ha cambiado: lo que alguna vez fue un río, ahora es una vialidad con el agua entubada, la barranca se convirtió en basurero y después se volvió un centro financiero. Por ello los únicos géneros literarios capaces de seguirle el paso a las ciudades son la crónica como la poesía, en especial la segunda, gracias a su capacidad de interrogar el mundo al mismo tiempo que nos interrogamos a nosotros mismos.
Responder alguna de estas incógnitas se nos escapa de las manos, desde que se ha dejado de ver a la ciudad por lo que es: un ser vivo que refleja justamente lo que somos en ese momento. Si con justa razón hoy no sabemos quiénes somos, estamos en un predicamento que puede resolverse con algo más de tiempo, algo más de calma. Sin embargo, va siendo hora de retomar la calle. Salir a contar cómo ha vuelto cambiar la ciudad, no solo para tener un pálido e inestable recordatorio de nuestro tiempo. Más bien, escribir sobre la ciudad para que tengamos lo justo no olvidar que alguna vez pisamos la tierra. Así como fue en su momento la promesa de los Supersónicos y la vida de nuestros descendientes termine caminado entre las nubles, lo hagan sin fantasear qué habrá debajo de ellas.
LA MUERTE DE TESTIGO
Esta casa vio morir su calle, esta calle será nuestra muerte, esta muerte nos ha visto quemar palmas de domingo para ahuyentar a las nubes, vaciar la melatonina del frasco para soñar que estamos vivos, escuchar los gritos vecinales en una noche de ambulancias. Nos vio abrazar el color de una tarde, llorar lo que nunca vivimos, pintarme con la ausencia las uñas de hombre inquieto, sangrar en las orejas el rojo detonante. Quiero recordar de pronto esos días de cortinas recogidas cuando todavía volaban mariposas y el cielo de los aviones no era tan grotesco. Quiero buscarte en primavera, buscar tus brazos fríos y morenos, encontrarme con tus pies hinchados y espantarte a la huesuda. Tu alma está en el viento de las grietas que nos han visto reírnos del mañana para burlarnos de las horas, ese mal de engranes y segundos que nos ata siempre de las piernas. Corre conmigo ahora que podemos como si estuviera en llamas el mercado como si fuéramos ágiles y sanos, tal vez así logremos olvidar este vis a vis de la calle, de la casa y de nosotros con la muerte de testigo.ESCOMBRO
Somos el escombro de ayer, la realidad polvorienta, el ruido, el derrumbe, la carne sangrada, el oportunismo de unos cuantos. Hay en el caer cierta inercia de levante, marcas de llanto en el concreto de los que vieron morir un momento de su vida. ¡Te encontraremos!, grita una madre quebrantada, el escombro es monstruoso y no le deja espacio a la certeza. Veo una ciudad unida en la desgracia que en el olvido hallará sus diferencias para volver, una vez más, a construir el mortal escombro del mañana.RETRATO DE UNA CALLE
La prensa muestra una foto de dos muertos en el suelo, con la cabeza hacia los muros y un cristal roto en la banqueta. Colgados e inmóviles, con el color seco de la sangre y dos vivos tomando nota del asunto, los cuerpos sucios tienen agujeros. No se escapan de la toma una coladera con basura, la bandera de México en la cortina de un negocio, los casquillos sin brillo y cinco palabras rojas en el muro: “Vote este dos de junio”.ESCOMBRO
Es hora de escribir mirando al cielo, de quebrarnos con los cables impacientes y atarnos a la cama de la noche. Es hora de curar a las estrellas, de darnos con el viento y probar las azoteas. Es hora de mirar arder las nubes, de hacerle justicia a la mirada para sacarla del encierro.CON LOS OJOS
Frente a frente, al otro lado de las vías, me preguntas con los ojos por qué hay uniformados, por qué la gente huye por qué la prisa. Te interrumpe una lluvia de vagones. Frente a frente, de este lado de las vías, te pregunto con los ojos si llegarás a tu destino, si nos volveremos a ver o si te habrás ido para siempre.NUEVAS FORMAS
Hay tanta erección en el ambiente, edificios que compiten la carrera de la altura, del cristal y del acero, de la construcción y el abandono, que el vértigo horizontal aumenta en los pies de los sin alas, en las pupilas de los neutrales. Ni las campanas ni los panteones, ni el cielo azul ni la estación subterránea, nada nos salva del mareo, de la virilidad arquitectónica. ¿Dónde están las nuevas formas? Soñé con una ciudad sin género, con senos de poder, con úteros donde nacen los juglares del asfalto. Soñé con fuentes de hojas verdes, Con la escasez de helipuertos en Reforma, con calles iluminadas por el sol y libertad citadina en las aceras. Soñé con estatuas de colores, con ángulos eróticos, con una tierra de sueños cosechados donde son se escondan homicidios.ES HORA
Es hora de escribir mirando al cielo, de quebrarnos con los cables impacientes y atarnos a la calma de la noche. Es hora de curar a las estrellas, de dañarnos con el viento y poblar las azoteas. Es hora de mirar arder las nubes, de hacerle justicia a la mirada para sacarla del encierro.
francisco casado (Ciudad de México, México, 1990). Arquitecto y escritor. Desde 2023 coordina Escrúpulos Editorial. Ha publicado Para mirar los pasos (2021), premio Don’t Read 2021; Flush (2023), Taller de imprenta Canciones Tristes. Books & Printing; Mira mamá sin WordArt (2023), Ediciones Awita de Chale; Antiguo Manifiesto para cisnes con miopía (2024), Periódico Poético y recientemente En alas de la voz (2025), Buenos Aires Poetry.