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Atisbos de literatura iberoamericana

Estela García: sola y como pueda

por Diego Leiva

alia trabucco zerán (Santiago, 1983). Estudió Derecho en la Universidad de Chile, un máster en Escritura Creativa en la Universidad de Nueva York y un doctorado en Literatura Hispanoamericana en el University College London. En 2015 publicó la novela La resta, que fue finalista del Man Booker International y le valió el Premio Mejor Novela Inédita del Ministerio de las Culturas de Chile, galardón que volvió a obtener con Limpia, su última obra, en traducción en trece países. En 2022 se le otorgó el Premio Anna Seghers por su trayectoria literaria. Lumen publicó también Las homicidas en 2019, que ha recibido el Premio de la British Academy 2022.

A partir de la investigación de cada uno de los cuatro casos de mujeres asesinas que desarrolló en su Las homicidas (Lumen, 2020), Alia Trabucco ensayó relatos ficcionales, impostaciones de voz y perspectivas narrativas en paralelo a sus ensayos bien documentados. En esas narraciones, responde a preguntas implícitas y válidas para cualquier escritura. La propia Alia, en fragmentos intercalados del que titula "[Diario de una ficción]" insertos en el último capítulo, dedicado a la historia de María Teresa Alfaro protagonista del "caso de las mamaderas envenenadas", escribe:

"Muy lejos de Buin [comuna donde vive Alfaro al momento de la escritura del ensayo], ¿y si me aventurara por las recién asfaltadas carreteras y tocara a la puerta de Teresa Alfaro? ¿Qué le diría? ¿Iría yo, como hicieron periodistas y abogados, a preguntarle por qué? Muy lejos de Buin, en la tranquilidad de mi casa, ensayo voces para escribir el relato. Tercera, segunda, primera persona. No consigo descifrar mi posición. ¿Quién soy yo en ese cuento? ¿Soy la niña muerta? ¿La patrona? ¿Soy el padre de familia? El espejo de Alfaro es tan opaco. No fue difícil verme en la rareza de María Carolina Geel, entender el porqué de Corina Rojas o las circunstancias de Rosa Faúndez. Pero frente a María Teresa Alfaro me encuentro completamente muda. Ni siquiera sé cómo bautizarla: Juana, Gladys, Flor. ¿Sobre quién estoy escribiendo realmente?"

Al leer Limpia, la última novela de la autora, van a resonar los ecos de esa investigación sobre María Teresa Alfaro: la muerte de un niño, la amistad con un bombero de una estación de servicio, el padre de familia médico. Los materiales ya estaban ahí, había que montar avanzando hacia la ficción-ficción. Llama la atención, entonces la hiperconsciencia rastreable que hay en exhibir las múltiples distancias que separan a la autora del personaje que estaba construyendo. Como comentó Andrés Montero en su texto "Literatura chilena para el siglo xxi": "es incómodo salir a tomar posición en el campo de batalla. Pero Literatura + Comodidad = Nada". Dadas las circunstancias, la de Limpia es, tanto a nivel de la escritura como el de la lectura, una incomodidad o un desarreglo. La pregunta con sabor a respuesta que he escuchado varias veces en conversaciones es: ¿así habla una nana?

Además de su "[Diario de una ficción]", en el mismo capítulo de Las homicidas la autora ensayó un relato, probó una voz, eligió la primera persona: el dedicado a la historia de Alfaro. Ahora bien, Limpia es la continuación directa de ese trabajo escritural que comienza, al menos públicamente, en Las homicidas. Para muestra, voy a dejar un fragmento sin referencias del libro al que pertenece. En este caso, puede dar igual; más allá o más acá de la elección que determinó el cómo sería escrito Limpia.

"Ni buena ni mala. Ni linda ni fea. Ni corta ni larga. El trapo limpia la mugre. La escoba junta la basura. El agua enjuaga el jabón.

La señora me trataba bien, eso ya lo he dicho. Si le preguntan, ella les dirá que yo era discreta y reservada, trabajadora, leal, que nunca causé ningún problema"

En Las homicidas, Alia Trabucco exhibió sus resquemores y dudas a la vez que estaba encontrando el tono. Limpia, su última novela, es una indagación más intensa y más extensa del potencial de esas inquietudes. Un tono que encontró su ritmo, junto con sus idas y venidas para pensar, efectivamente, en otra voz, una voz dislocada.

***

Limpia es la confesión de Estela García, una nana/asesora del hogar/trabajadora de casa particular en torno a un hecho trágico: la muerte de la hija de sus "patrones". El relato avanza con devaneos y reflexiones, como retrasando el momento que el lector espera ver: el cómo sucedió. Estela, estratégicamente, desarma ese discurso que la ley le exige que dé. Atestiguamos, como espectadores detrás del vidrio de una sala de interrogatorios, al punto de aparecer integrados como miradas inquisidoras. La voz es opaca, pues oculta, y se balancea entre el personaje definido y la exhibición de su posición estratégica para enunciar.

Asistimos en la lectura a una vivisección de la palabra que también nos ofrece los manotazos de la voz, manotazos y patadas para zafarse de la camilla en que la ley la amarra. Hay una orden anterior, implícita, silente y fuera de cámara: habla, Estela, cuéntanos todo. Y una respuesta larga que deja preguntas implícitas: ¿qué es ese Todo del que hay que hablar?, ¿en torno a qué gira Todo?, ¿dónde empieza y dónde termina Todo?, ¿Todo es necesario?, ¿o Todo es lo solo lo que esperamos oír?

Limpia es una novela que trabaja implícitamente sobre la ley y su maquinaria, como intuyó Marx y bien cita Josefina Ludmer enmarcando su libro El cuerpo del delito: "[e]l criminal no solo produce crímenes sino también leyes penales, y con esto el profesor que da clases y conferencias sobre esas leyes, y también produce el inevitable manual en el que este mismo profesor lanza sus conferencias al mercado como ‘mercancías'". Una muerte es lo que tiene a Estela en un cuarto cerrado prestando declaración, exigida de rendir cuentas, una muerte es lo que motiva la narración, una muerte es lo que nos hace subentender una acusación que pesa sobre ella o que el propio lector la acuse. La pregunta fundamental de Limpia sería por cómo la voz, metida en este entramado de exigencias aclaratorias, juicios y prejuicios, sustenta y define sus límites, qué admite y qué expulsa.

"No sé si estarán grabando o tomando notas o si en realidad no hay nadie al otro lado, pero si me oyen, si están ahí, les quiero proponer un trato: voy a contarles una historia y cuando llegue al final, cuando me calle, ustedes me permiten salir" (p. 9)

"No podría reproducir las preguntas que me hicieron, pero sí algo muy curioso. Él se había afeitado y una brizna de espuma brillaba bajo su patilla derecha.
¿Aló? ¿Qué pasa? ¿La empleada no puede usar la palabra brizna?" (p. 13)

"Escriban eso en sus actas, vamos, no sean tímidos: ‘categóricamente se niega a referirse a ala habitación como su pieza'. Y agreguen, en el margen: ‘negación', ‘resentimiento', ‘posible móvil criminal'" (p. 18).

"Supongo que he tardado demasiado, he abusado de su tiempo. Quieren que les hable de la muerte, imagino que por eso me tienen aquí. Muy bien, aquí voy, graben esto en sus papeles: la muerte puede esperar. Es lo único que realmente puede esperar en esta vida. Antes deben entender la realidad, cómo se ensanchó semana a semana; cómo se apoderó de mis horas, de cada uno de mis días, hasta que ya no pude, ya no supe cómo salir de ahí" (p. 84).

"En ocasiones me pregunto qué hubiese dicho de haber hablado y si acaso eso, hablar, hubiese evitado la tragedia. Seguramente ustedes piensan que sí. Deben ser el tipo de persona que tiene confianza en las palabras. Creen que es preferible desahogarse y sentarse a discutir las diferencias: la diferencia entre el sindicato y la jefatura, entre empleadas y patronas, entre esa otra niña y yo" (p. 167)

Las intervenciones de esa voz en su relato, a saber, los momentos más metanarrativos que confesionales, tienen la forma de una herida. Esa voz nos quiere enseñar a desconfiar de sí, bien para que nuestro juicio como lectores venga de otra parte o bien, para que ese juicio sea consciente de sus prejuicios sobre quien narra y sobre los personajes con los que interactúa.

"Es raro que recuerde ese detalle [el botón falso en el cuello del uniforme de empleada doméstica] y no tenga la menor idea de lo que hice e resto de ese día. No sé si cociné. No sé si lavé. No sé si regué. No sé si planché" (p. 18)

Parte de las críticas que ha recibido Limpia están relacionadas con su final, que remite al estallido social chileno del 2019. Yo mismo he dicho, en público y en privado, que las ficciones en torno al estallido social y la pandemia se agotaron muy rápido. Gabriela Alburquenque, amiga y colega, describió mejor esa situación en palabras durante una conversación: salieron textos fervorosos y militantes de un proceso y un imaginario revolucionario asociado a él, más preocupados por documentar, atrapados en la literalidad de un momento demasiado vivo para ser transmutado en otra cosa y que, por lo tanto, generaron demasiado rápido su lista de lugares comunes.

Agrego yo ahora: son textos que hicieron de ese proceso histórico, en presente, la verdad última, el reciclaje de una voluntad inmutable. Volvieron el estallido en una cáscara idealizada y fetichizada de la historia reciente, sin más que decir sobre ello. Se esforzaron en que la riqueza de un inconsciente político quedase sellada por la manifestación ideológica más explícita posible. Son textos que vienen con un candado simbólico; si lo leyéramos desde una distinción aristotélica, nos encontraríamos con que no exploran "lo que pudo haber sido" –la poiésis–, sino que se empecinan en glosar sin vuelos "lo que fue" –la Historia–.

A diferencia de esas escrituras y con años de distancia, Alia Trabucco pone a trabajar el mismo imaginario, de nuevo jugando con nuestras expectativas, porque las intuye de buena forma. Sin embargo, pone ese telón a trabajar para su propia ficción, efectivamente en el trasfondo, pero no alcanza a cerrar los múltiples sentidos del relato de Estela, no lo coopta. Dice en las últimas páginas de la novela, al describir una manifestación:

"El aire se volvió duro, punzante, y solo entre parpadeos pude ver lo que ocurría a pocos metros. Camiones, uniformes, cascos, balizas. Aquí empieza la parte que ustedes conocen mejor que yo. Un estallido, otro. Insultos, gritos. Sentí que se me agujereaban los tímpanos, los ojos se me llenaban de humo. Un gas cada vez más denso me aguijoneaba los ojos. La voz del Carlos gritó una frase que no pude entender. Todo sucedió muy rápido" (p. 221)

La novela, como estructura, da pie a la profundización de elementos de manera más dilatada. Para llegar a ese punto y cargarlo de sentido se hizo necesario conocer toda la historia de Estela. O toda la historia que Estela ha querido contar. Hace, de esa forma, que el hecho aparezca sin énfasis; a esa altura a quedado claro que la novela sigue otro rumbo. La función discursiva del estallido es la latencia, que aparece solo por oposición al desarrollo íntimo de los silencios, los afectos explosivos de Estela.

Viviseccionar el discurso de Estela también significa encontrar el resentimiento como respuesta posible a las tensiones de clase, pero no como una salida segura y sin tensiones. Al final y como desahogo, la escena de la protesta es una apertura; no un candado inmóvil y predeterminado como algunas ficciones y reflexiones quisieron creer. Funciona de forma opuesta a las pretensiones históricas –difícilmente estéticas– de quienes han escrito sobre el tema. Y comprendo que esta es una generalización agresiva y que después de la batalla todos somos generales. Quizá solo sea la consecuencia de una distancia obligada y útil.

La historia de Estela, evitando grandes detalles de la trama, es la historia de una soledad de clase, que manotea los vínculos que mueren hasta que alguno que otro, precario, nace. Comparte elementos, claro, con el relato que hizo Trabucco sobre María Teresa Alfaro, se puede advertir que esa es una de sus vertientes.

***

Al momento de la escritura de este texto, Limpia es finalista del Premio Municipal de Literatura en categoría novela, junto con La novela del corazón de Roberto Castillo Sandoval (Laurel, 2022) y Aviso de demolición de Gabriela Alburquenque (Los libros de la mujer rota, 2022). Como tríada, estos textos hablan de una preocupación escritural que, creo, repercutió consciente o inconscientemente en la evaluación que se les hizo: los tres libros manifiestan una preocupación delicada por la voz, por construir una voz, por hacer aparecer cuerpos, trayectorias y experiencias a través de la voz. Donde Trabucco elige el resentimiento y la disociación lengua-objeto como ejes, creo que para Castillo lo es la traducción como dispositivo para una puesta en común, así como para Alburquenque el intimismo de la memoria familiar y sus espacios es lo que le permite generar una voz que exhibe sus orígenes, sus materiales y sus ruinas. Como sea, creo que allí hay algo que decir sobre la manera en que la ficción de hoy encara el presente y el futuro, cómo lidian con soluciones imaginarias –o vías tentativas– para problemas reales. Son novelas contemporáneas en el sentido del término que comenta Giorgio Agamben: sondean la fractura del tiempo presente para mirar sus matices.

Considerando todo, Limpia es, a la vez, la consolidación de preguntas y estrategias al interior de un proyecto narrativo que la excede, una vuelta sobre una tradición literaria que se piensa la ley y la comunidad política y una manifestación contemporánea de una interrogante, al parecer, común en el tiempo presente: ¿cómo se construye, administra y utiliza la voz?

Diego Leiva Quilabrán. (Santiago, 1995). Licenciado en Literatura y magíster en Estudios Latinoamericanos. Editor general y crítico en el medio digital Revista Origami.

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