Rafael Farías Becerra (Santiago, 1982). Poeta, ensayista y editor. Ha publicado los libros de poesía Demos (2011), La célula inhabitable (2013) y Los paisajes de la crisis o la crisis de los paisajes (2022). Obtuvo una Mención Honrosa en el Premio Mejores Obras Literarias 2023, que entrega el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio por Hacer mi habla. Entrevistas íntegras a Gabriela Mistral (1915-1955). Ha sido gestor de Editorial Desbordes; de la revista de literatura Lingüa Quiltra (Usach); de Resonancias. Revista de filosofía (U. Chile) y de Extrabismos. Revista de arte y literatura contemporánea. Es Doctor en Filosofía (U. de Chile), realizando su investigación en la Universidad de Barcelona y en la Universidad París 8, Vincennes Saint-Denis. Es editor profesional por la Universidad Pompeu Fabra y la editorial Penguin Random House. Ha sido director del Movimiento Social Playa Hermosa: En defensa del borde costero (Pichilemu, Chile).
Con esa pulsión tan latinoamericana de apropiarse de palabras desprestigiadas o vejatorias, Nicanor Parra se definió a sí mismo en una ocasión como un energúmeno, describiéndolo así: "El energúmeno es un sujeto contradictorio, rebosante de vida, en conflicto permanente con los demás y consigo mismo. De un energúmeno chileno puede esperarse prácticamente todo. Se abanica hasta con la propia idea de revolución". Espejo de la personalidad lenguaraz de Parra, el energúmeno no solo era un disfraz oportuno para la diatriba pública, sino también un personaje dramático que acabaría trascendiendo los marcos de la antipoesía para reencarnarse en múltiples propuestas de la poesía chilena, particularmente en la escrita durante la dictadura, tal vez el contexto más propicio para el habla esquizoide, escindida del energúmeno. Pienso, por ejemplo, en los "Sonetos del energúmeno" de Enrique Lihn, que forman parte de su París situación irregular (1977); o en el personaje Zurita y su doble prostibulario Raquel, que emerge con fuerza en Purgatorio (1978); o en la máscara múltiple y carnavalesca de La Tirana (1983), de Diego Maquieira; o ya en democracia, en el monólogo interior de Elvira Hernández de Santiago Waria (1991) en el que increpa a la ciudadana que lleva su propio nombre de pila: "Anda Sola Teresa vieja".
La lista de energúmenos y energúmenas de la poesía chilena es sin duda más larga, pero me detengo en el marco de lo que se dio en llamar la neovanguardia porque me parece que la poesía de Rafael Farías es conscientemente heredera de ella, tanto por tono como por temáticas y, sobre todo, por afinidad crítica con los márgenes. La voz que se disgrega en la multiplicidad del lenguaje; las temáticas derivadas de la experiencia de la ciudad y los paisajes y geografías nacionales; el desmontaje de los símbolos patrios y el recurso alegórico a la memoria traumática del país; y la simpatía o identificación con aquellos y aquellas marginadas por el neoliberalismo impuesto. Todos estos son elementos centrales en la poética de Farías y ello sitúa a Polis de furor en una de las líneas mayores de la poesía chilena de los últimos 50 años, la que va de la neovanguardia de los años ochenta y que pasa por la escena novísima de comienzos de siglo hasta llegar a nuestros días.
Pero todo esto es tal vez demasiado general y las filias a veces fomentan fobias. Me parece que, si bien este personaje energúmeno es rastreable dentro de la historia literaria chilena, en Polis de furor esta habla enloquecida y furibunda adquiere unos matices singulares, rastreables ante todo en la propia obra de Rafael. Pienso en su anterior La célula inhabitable (2013), en donde la internación por los meandros biológicos del cuerpo extrema el trágico desgarro entre el yo y los otros, la mente y el mundo, las palabras y las cosas; y pienso también en Los paisajes de la crisis o la crisis de los paisajes (2022), en donde por la mente del soñante se suceden las imágenes de un paisaje social y natural en constante ebullición, con la imagen-masa de las medusas como protagonista. Hay en su poesía, diría, una búsqueda acaso instintiva, acaso animal por espacios múltiples, hábitats de coexistencia, de enunciación colectiva, y en la lectura de sus versos nos vemos siempre arrastrados por un tráfago de pronombres (yo-tú-nosotros-ellos) que muchas veces son intercambiables, como si el hablante de sus poemas fuese no un coordinador de voces ni un director de orquesta, sino una gran ola sonora dentro de la cual muchos cuerpos son impulsados.
El furor, siempre el furor. La convulsión de la lengua, la voladura de la sintaxis, la exaltación de los pronombres, la agitación violenta del nosotros en los labios furiosos del yo. "La parte de løs piradøs", primera sección de Polis de furor, un solo poema de casi quince páginas, nos interna de inmediato en un escenario social reconocible: Santiago, la polis, el hábitat de la política. Y es inevitable asociar la belleza desmesurada de este poema con la fuerza sublime destapada por el Estallido social del 2019. "Y esos sujetos siniestros / Irreconocibles / Elevaron su voz / Desde eso que llamaban / Alegoría de una derrota", dice nada más comenzar el poema, e inevitable me es también recordar cuando por aquel entonces, mientras las gargantas se despellejaban en millones de gritos, no fueron pocos los poetas que decían que no era aquel un tiempo para escribir, que tocaba levantarse del escritorio y salir a la calle, mudar el lápiz en puño y sumarse al coro. Como si la poesía, en Chile, fuese un pasatiempo de talleres literarios…
Nada más lejos de esto que la vocación explícitamente política de Rafael Farías, quien en "La parte de løs piradøs" sale a patear la calle sublevada como quien recorre un poema que se libera de sus a priori, desestabilizando los signos desde esas O tarjadas del título que más que un gesto de inclusión parecen cicatrices, tal vez las de unos ojos cegados. El poema se sitúa, entonces, no en la melancólica posteridad del trauma ni en la recámara de una promesa incumplida, sino en el fuego mismo del acontecimiento, en el furor de los hechos, y nos habla, nos grita desde ahí. Las calles de la polis se transforman en un "paisaje en crisis", despertando así las memorias afectivas del pánico y los recuerdos de una ciudad que presenció, hace más de dos siglos, cómo el patriota Manuel Rodríguez cruzaba travestido sus avenidas para volverse irreconocible, invisible ante la mirada de la Ley.
El furor, sí, pero también la estrategia: la imagen-masa de las medusas vuelve en la segunda sección del libro como un eco de su libro anterior, el cual acababa precisamente con el despertar de un soñante en medio de un país despertado. Las imágenes de esos paisajes en crisis —fiordos, campos de hielo, islas australes en donde el soñante era arrastrado por corrientes submarinas— se recontextualizan en este tránsito por la ciudad sublevada, como si "el naturalista de especies evanescentes" (tal como se definió a sí mismo en ese libro anterior) saliera ahora a investigar los flujos clandestinos de unos cuerpos que se resisten a toda clasificación, a toda taxonomía, a todo encasillamiento que no sea en sí mismo un desborde: cuerpos criminales, cuerpos histéricos, cuerpos carnavalescos, cuerpos –también– lectores, que salen a la calle a ficcionalizar la utopía con sus performances y sus rayados. Cuerpos energúmenos.
Y así llegamos a la tercera y última sección del libro, "El tiempo de løs intensøs", donde la mirada viajera (y aquí cabe agregar latinoamericana) de Rafael echa sus redes de luz sobre Barcelona, la polis cosmopolita, más cosmética que cósmica, menos colérica que el Santiago sublevado pero poseedora de una historia de lucha como pocas. Animado por la fuerza de la historia pero también por las grietas del presente neoliberal, turístico y promocional de la ciudad de los Gaudí & Compañía., "El tiempo de løs intensøs" nos propone una mirada divergente del Mediterráneo desde el barrio del Raval, en donde los intercambios humanos y comerciales del puerto devienen una metáfora dinámica de otro tipo de flujos: el de la migración, el de las lenguas, el de las culturas no asimiladas, el de los sujetos –nuevamente– marginales aunque forjadores de un código propio, subalterno. Fuerzas de osmosis y resistencia atraviesan de punto a cabo este poema nuevamente oceánico, surcándolo de mercaderías, libros viejos, antigüedades arábigas y sabores a almíbar y falafel que rara vez son retratados en la poesía barcelonesa, y que aquí adquieren acentos visionarios pero también amorosos, con la voz tersa de un amante que finalmente nos dice: "Ven, descansa, deja ya esas lecturas / Que mañana saldremos temprano".
Fernando García Moggia. (Viña del Mar, Chile, 1990). Ha publicado el libro de poesía Cuídate del agua mansa (Col. Adonáis, Premio Alegría de Poesía 2022), además de poemas, ensayos y traducciones del inglés y el ruso en distintos medios impresos y digitales. Actualmente cursa un doctorado en Estudios Literarios en la Universidad de Barcelona.