diana bellessi (Zavalla, provincia de Santa Fe, 1946). Poeta y traductora. Estudió filosofía en la Universidad Nacional del Litoral y entre 1969 y 1975 recorrió a pie el continente americano. Entre sus múltiples publicaciones, destacan Crucero ecuatorial (1980); Tributo al mundo (1982); Contéstame, baila mi danza (selección y traducción de poetas norteamericanas contemporáneas, 1984); Eroica (1988); Buena travesía, buena ventura pequeña Uli (1991); Días de seda (selección y traducción de poemas de Ursula K. Le Guin, 1991); El jardín (1993, reeditado en 1994 y 2021); The twins, the dream (libro a dos voces con Ursula K. Le Guin, Houston, 1996); Mate cocido (2002), etc. Entre sus reconocimientos, destacan la Beca Guggenheim (1993); la beca Trayectoria en las artes de la Fundación Antorchas (1996); el premio Trayectoria en poesía del Fondo Nacional de las Artes (2007); el premio Nacional de Poesía (2011) y el Premio Rosa de Cobre (2014).
Antes de venir a este viaje vacié la casa de mis abuelos. La casa de toda mi vida en Bahía Blanca. Empecé por la cocina, pero después fui al galpón del fondo del patio, que estaba cerrado hacía mucho tiempo. Ahí, cuando yo era una nena, mi bisabuela española (mamá de mi abuela materna, nacida en Zamora) criaba gallinas y cuidaba sus pollitos en cajas de cartón con aserrín. A mí me fascinaba entrar a ver los pollitos, acariciarlos, escucharlos piar.
Cuando entré, muchos años después, no había pollitos sino latas de pintura, cajas, muebles viejos arrumbados. Y lo primero que vi fue un tarro lleno de herramientas oxidadas. Arriba, brillando como si alguien lo hubiera dejado ahí prolijamente, encontré lo que se transformó en mi amuleto para este viaje: una chapita con imán que, luego supe, mi abuelo llevaba en la guantera del auto. Buen viaje, dice, entre dos medallas: una de María Magdalena y otra de San Cristóbal. Cuando busqué sobre estos guardianes, encontré esto: se asocia estas imágenes a la protección de un viaje que es también espiritual, guiado por la fe.
Lo traje en mi valija cuando subí al avión que me trajo de este lado del océano, a la orilla que vio mi bisabuela. Lo llevo entonces, y creo que los buenos augurios siguen cumpliéndose. Reunirse a celebrar a Diana tiene que ver con eso.
Ese galpón, esa casa, mi abuela y mi abuelo, vivos en ese momento, tomaron mate con Diana que había viajado a Bahía para la proyección del documental, El jardín secreto, sobre su vida y obra. En medio de ese viaje los fue a visitar. Claro que quiero ir a conocer a tus abuelitos. Compramos unas palmeritas, las preferidas de mi abuela, la fuimos a buscar al hotel con mi papá y llegamos a la hora del mate para sentarnos a conversar alrededor de la mesa redonda del living.
Mis abuelos y esa mesa ya no están, pero ahora mismo mientras escribo esto vuelve la sonrisa de Diana escuchando sus historias y sus manos acariciando las flores del jardín de mi abuela. No me voy a olvidar nunca de los pasos de Diana entrando a esa casa, sus pies abiertos como patita, llevándose hasta la huerta para ver el limonero, las uvas, las hojas del romero y el laurel.
La poesía, aprendí de su mano, tiene el inmenso poder de acercar a las personas. Por eso escribo sobre ese recuerdo. El verso está dentro de la intimidad. Nace ahí. Solo así se llega al corazón de la propia voz. Y así se abre lo que mi amigo noruego que conocí hace dos días en una caminata por la montaña me dijo: El mayor viaje en la vida son las personas.
Diana entra al poema y a la vida con ese pulso de aventura. Y comparte. Conocí su casa en Zavalla. Compramos fideos el domingo y preparó un tuco, y una noche sopa de pollo que estaba deliciosa. Todo esto mientras leíamos los poemas de lo que sería uno de mis primeros libros.
El mundo se achata cuando no lo amás, dice Diana en el comienzo del documental. La poesía es un regalo constante. No se termina. Todo esto es para decir que Diana es algo parecido a esa chapita amuleto que encontré: Buen viaje. El gesto de los buenos deseos.
Y estos dos libros que reúne la editorial Sin Fin, Crucero ecuatorial (1980), seguido de Eroica (1988), arman un conjuro único. De la apertura a lo desconocido en un territorio geográfico nunca antes visto, a la apertura de lo desconocido en otro territorio, el del amor. La tierra desconocida a la que se entra aún con incertidumbre y miedo. Así, el ojo que descubre el paisaje que enciende el corazón, y así el cuerpo que descubre otro cuerpo como el propio. Una mujer que ama a una mujer.
Estos libros juntos forman una conversación, un mapa, una brújula.
Una de las cosas más hermosas es la forma en la que su editora, Ana María y yo, nos encontramos. Yo terminaba de dar un taller de poesía con mi amiga poeta, Paola Soto, que titulamos El sueño de una lengua común, de Adrienne Rich, a quien leí gracias a la traducción de Diana. Estábamos ahí en la librería y llegó Ana con sus libros, de causalidad; venía a reponer ejemplares.
Antes del viaje Diana me había dicho que le escriba. Tomá, acá está su correo, decile que te lea, que es de parte mía. No lo hice por vergüenza, por no saber. Pero la vida te sorprende. Insiste. Y entonces, acá estamos.
Como Diana me enseñó: tener lo que se tiene.
Cuando siento miedo o vértigo o duda, lo repito como un mantra.
Hay que saber tener lo que se tiene, me digo. Abrir los brazos y recibir.
La poesía te enseña a tener, a mirar, a agradecer, a soltar, a cuidar, a amar.
Así termina Eroica: la creación empieza.
Siempre empieza. El poema abre.
Somos la gloria, escribe Diana, para no olvidar lo importante.
Hay maestras de la vida. Adentro y afuera del poema.
Está la vida y está el poema. De Diana aprendí que pueden, en momentos de gracia, ser lo mismo. Y ahí la vida empieza, vuelve, refulge, aparece, nos da más y más.
VI
Ahora que nunca volverás, mi amiga, y no tejeremos recuerdos y palabras como una estera que nos proteja del viento. Para sentarnos allí, y contar la saga, noche a noche mientras se consume el kerosén de las lámparas. Ahora que nunca, sólo a mí me toca darles vuelta a los niños la cara. Y guardar risas, gestos furiosos, miradas que hacían el amor la danza. Aquella melodía humana compartida en ciudades en carreteras salvajes hoteles y carpas, aquella melodía que ya no escuchás, mi amiga, y se hace humo, en el aire lento del mañana.VIII
Nunca olvidaré a la Antonia parada en medio del camino, con su manta guajira negra su silencio y aquella forma en que me miraba. En el pueblo de Uribia con todos hablé, menos con ella, a quien más deseaba. Antes de partir hacia Cabo de la Vela me dio por saludo, a mí, pequeña vagabunda americana, estas palabras: —Yo no me saco mi manta. No te la sacás Antonia, me repetía, entre los barquinazos del camión, las latas de gasolina, las cabras; no te la sacás, no te vas de tu tierra, ni de tu raza.
*
Dilatado el pezón Pequeño animal morado en succión que comba la lengua Diente apenas sensible presión del hueso Y el embudo carnal que envuelve la acción entera interna del cuerpo en su invencible diástole Marea Visillos replegados los labios Pezón lengua diente apenas sensible succión que mueve la materia Vesania de placer o de muerte*
Una mujer trabaja Hila. Borda paisajes que el sueño delata Cruzada la línea del Rey que prohíbe se unen deseo y mirada Una mujer roza en otra su luna de seda las hojas la selva que alza Velamen en rojo Nocturno la nave zarpa Dueña de inmensa bahía se deja bogar por una mujer desnuda en cubierta ella, la luna, a la luna abraza
[1] Texto leído por Natalia Romero en la presentación del libro Crucero ecuatorial / Eroica (Barcelona: Ediciones Sin Fin, 2024), de la poeta argentina Diana Bellesi, celebrada el 9 de octubre de 2024 en la librería Crisi.
natalia romero. (Bahía Blanca, 1985). Es poeta, Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA) y Magíster en Escritura Creativa (UNTREF). Coordina talleres de escritura desde 2014. Participa como docente del programa de formación de artistas PAC (Galería Gachi Prieto). Obtuvo las Beca Creación y Finalización de Proyecto del FNA, para trabajar en su primera novela, El precioso ruido de un corazón. Participó de la residencia Can Serrat (Barcelona) con el mismo proyecto. Publicó los libros de poesía Puede que la muerte mienta (Pánico el pánico, 2022, Argentina), El principio luminoso y El amor sostiene el peso de la noche (Caleta Olivia, 2019 y 2024, Argentina) y los libros para las infancias ABC, Mi primera cocina (Periplo, 2018, Argentina), Dónde está lo que no está (Syncretic Press, 2024, Argentina y Estados Unidos) y el ensayo: El otro lado de las cosas, La poesía como restauración de una voz en la obra de Diana Bellessi (Blatt&Ríos, 2016, Argentina).