tulio mora (Huancayo, 1948 - Lima, 2019). Es uno de los poetas más importantes de la generación del 70 y el referente teórico del movimiento Hora Zero. Ha publicado los libros de poesía Mitología (1978), Oración frente a un plato de col y otros poemas (1985), Zoología prestada, con ilustraciones del pintor Ricardo Wiesse (1987), Cementerio general, Premio Latinoamericano de Poesía, (1989), selección traducida al inglés bajo el título A Mountain Crowned by a Cemetery, (2001), País interior (Premio Copé, 1994), Simulación de la máscara (2006), Ángeles detrás de la lluvia (2009), con ilustraciones del artista plástico Alfredo Márquez y Aquí sobra la eternidad (2012). Asimismo, es autor de dos antologías del Movimiento Hora Zero-Infrarrealista, del cual ha sido integrante: Hora Zero, la última vanguardia latinoamericana de poesía (Venezuela, 2000) y Hora Zero: los broches mayores del sonido, (2009). También ha publicado tres libros de género periodístico sobre violaciones de los Derechos Humanos durante los años de violencia política que vivió el Perú (1980-2000): Y la verdad será nuestra defensa: el caso de Barrios Altos (1996), Días de barbarie: la matanza de los penales (2003), Aquella madrugada sin amanecer: los desaparecidos del Santa (2004).
El lector de Mitología tiene la impresión de entrar a un mundo marcado por las urgencias de la realidad cotidiana, por la confluencia en ella de mundos en permanente confrontación. La desesperanza y la ilusión. Y eso desde la primera imagen. Ojo: hablo de imagen en su acepción de base, una percepción visual. He aquí la de entrada: «8 de la mañana / demasiado pronto / demasiado día para practicar esperas. / Mi amada se pone el vestido lentamente / es el gorrión / que habrá de despedirme / casi siempre a deshora / de muy mala gana / si dijera que llorando no exagero». Imagen de entrada, decía, a un entrecruzamiento de muchísimas otras que trascurren en la cotidianeidad pura y llana, para ver emerger dentro de ellas, en el espacio mental del hablante, una saga que incorpora dioses prehispánicos al escenario de Lima actual. El hablante nos presenta una situación de imposibilidad del amor a esas horas y eso genera las lágrimas de la mujer que acaba de vestirse. Si nos ponemos a analizar el conjunto desde un ojo cinematográfico, en la imagen siguiente vemos: «La toco apenas / voy recorriendo su vientre / si tuviera un segundo más / una décima solamente / si el amor no recurriera / lavorare stanca errar también / a citas tan pasajeras…». Definitivamente no hay tiempo para ese amor. Hay que ser «puntuales como caballeros / como ingleses nada indios», dirá la misma voz evocando a un antepasado, al tiempo que hemos asistido a la complicación de su mundo, el del burócrata sin tiempo para un buen polvo mañanero pues, en el microbús de la línea 75 M Lima-San Miguel que lo lleva a su trabajo, esa primera voz se ha encontrado con Kon, el dios de la oscuridad, «careta no muy verde / pidiendo mucha calma y precisión». En realidad, hemos saltado del mundo de la alcoba familiar al de la vida urbana, en Lima, la capital de la diversidad, de la confrontación entre cierta «modernidad» nacional con el de las supervivencias de dioses y creencias regionales y de otros tiempos. Lima es el escenario en el que veremos a ese hablante burócrata dialogar con los dioses de un mundo primitivo aflorando en su conciencia alucinada y alienada por la vida laboral. La Lima ruidosa y saturada de vehículos es convertida en el escenario de fusión del pensamiento analógico con el histórico, durante un tiempo de apenas 24 horas.
El cuerpo de todo el poemario dará cuenta de un combate entre la modernidad de la lucha por la existencia y la supervivencia de los dioses primitivos; de la heterogeneidad desgarrada en la que vive ese hablante, en su despacho de escribiente; de sus relaciones laborales y su visión de la ciudad invadida por «imágenes» de una cosmogonía primigenia; asimismo, de su relación con los otros habitantes del monstruo urbano y de su inmersión en la noche y el alcohol. El reino de la necesidad que derrota al reino de la libertad. La necesidad de sobrevivir en el desgarramiento urbano de la modernidad que termina por englutir y digerir el mundo de los dioses primitivos a lo largo de todo el combate. En el canto final, ya muy tarde en la noche, esa conciencia se presenta así: «Azul es la serpiente que madruga / negro su deseo. / Borracho me aferré a un poste anclado / al azar en medio de la calle / ninguna Diosa-Corza se hallaba levantada». Un hombre solitario con la mente invadida por los antiguos dioses. Una mente que dialoga con ellos o que se va solo, en la oscuridad del amanecer «conversando / con el aire de las ventanas» hacia el cuerpo del amor donde ha de tocar «la nube de su sexo / alivio no deleite error no amor» mientras «danzan de nuevo las horas / 8 de la mañana / abandonados así / por el resto de la sombra». El círculo se ha cerrado y arranca nuevamente la ronda de los días.
Hemos sido testigos de cómo vive este hablante su día a día.
Eso es Mitología, la fusión de los diferentes mundos que el hombre contemporáneo lleva consigo. La diversidad está dentro y fuera de nosotros. Vivimos con ella y estamos rodeados de ella. Parece fácil dibujar ese mundo tal y como lo enuncio. Lo verdaderamente complejo y arduo ha de haber sido conseguir armonía en la puesta en escena del canto-relato-oración-teatro-confesión del amor imposible en una sociedad devorada desde su interioridad por sus propias contradicciones.
Si yo fuera cineasta, hace ya tiempo que hubiera materializado una película con este libro: 24 horas en la cabeza de un asháninka extraviado en la urbe.
Visión de la Canoa del Sol cincuenta sin cuenta sus remeros atravesando las 9 y 30 apenas gajo y medio de la enorme naranja que hay que repetir. La catarata es difícil definir colores de pavorreal treparla es más difícil como harían los salmones. Cada cuerpo cada aliento Pisango mortifica. Ahora otros colores juntos de hermanos arco-iris uno frente al otro separados por el odio. Me molestan me enceguecen brillante sol esto explica lo infiel que fue su esposa trepo a su barca me instalo en uno de sus remos quiero amenguar su soledad ofreciéndole un poco de licor otro para mí fuego que conservo en mis bolsillos volcán dichoso rueda de ilusiones cometa con la cresta con la lengua salpicándome saliva lava. Luego un vértigo o temblor antes de caer gateo no puedo no debo perder el paradero viejo cornudo renegado Sol o soy malo como sustituto entre remeros o estoy ya muy borracho y no recula el Sol recala su nave en las polillas de la orilla.
Delirio de las 9 y 30 o la filuda revelación del día. Si no fue el Sol qué importa el Sol importa mi acordeón de sueños abriéndose plegándose sin necesidad de otra vaga edad.
Azul es la serpiente que madruga negro su deseo. Borracho me aferré a un poste anclado al azar en medio de la calle ninguna Diosa-Corza se hallaba levantada. 3 de la mañana otra vez Willka 2 persigue a Willka 1 el incesto insatisfecho de los astros. Recordé sus voces mundos simultáneos el uno Oscuridad el otro Eterno Día sólo los zorros pueden penetrarlos. Trepé a la nave y Amaru se sentó a mi lado o fue su sombra nada más escamas-peces diente de dragón llenándome de muerte de espíritu-vejez error imperdonable de una muchacha que por descuido olvidó la invitación de los Dioses Inmortales «desde entonces los humanos envejecen y mueren». Hablamos o yo fui solo conversando con el aire de las ventanas. Preguntó por mi mujer la ve más pálida que nunca con esa delgadez que tienen las últimas suelas de fuego de la suerte. Esperemos que con los días las cosas marchen mejor. Y oculté la cara y estallé en gemidos. «Un dios inmortal bajo forma de tapir raptó a la joven para desposarla y ebrios todos en la boda viajaron a instalarse en el pueblo de los inmortales». Perdida Edad de Oro «inmortalidad es tener hijos los trabajos que compensen nuestra muerte» pero los hijos no son supervivencia sino la soledad de haber sentido error en vez de amor diarias emboscadas diarias muertes guerrero sin tregua sin dejar siquiera un epitafio filosofía barata de cantina pero a su modo exacta ahora que la noche estampa un beso un relámpago tardío y salta la liebre a empotrarse en el asfalto. Años de la infancia muertes colectivas la mitad de un pueblo en angarillas marchando al cementerio. Mis parientes murieron sin dejar de memorable nada yo moriré igual el mismo estigma en padres-hijos el fracaso es nuestro escudo familiar. No es el temor repito nuevamente no increpo a la muchacha su error de haber bebido Espíritu-Vejez. Y Amaru está extrañado según él instalado en este paraíso incomprensible es que yo sufra correcta apreciación de quien gobierna el mundo no de quien lo odia. Mas ya no me importa convencer ni si las calles llamean otra vez ni si no hay más flores y jardines nombradas por Tocapo e Imaymana Wiracocha «hijos de Wiracocha que los envió a la tierra a ponerle nombres a plantas aguas y animales». Recuerdo esa visión también de madrugada. En casa de Kon había una fiesta los comensales indagaban con recelo de mi luz intrusa adentro en lo denso en lo más útero encuentro a Kon verde humo no de musgo ni de helechos salía de la tierra conversamos largo rato luego rampando por espejos o baldosas a una doncella degolló. Muerta túnica de garza Diosa Casta extendida tan longa como era sobre una mesa de cristal me aproximé hasta su rostro y la besé en los labios. (Según un campesino muerte es tela de blancura y aquel día –mes de vientos en la puna– nevó hasta alfombrar el cielo con su sangre transparente. Pero ¿el fallecimiento de Suche y del niño golondrina a 3 días de nacido no ocurrieron ese año?) Murió mi abuela en sus manos florecían fuentes palomas maceteros un rojo cáncer picoteó sus intestinos no tuvo más placer que regar los muñones de un membrillo. Háblame ahora de la muerte Amaru pregunta por mi amada instálate en mi casa ya no huyo ya no temo ya no hay más sufrimiento. Danza la Mosca Azul aletea en mi hombro besa mi frente.
Casa cueva amarilla lejanía cisne enjaulado aprecia con las alas lo que mi lengua en los pliegues de mi amada. Toco lo pequeño de su cuerpo la nube de su sexo alivio no deleite error no amor danzan de nuevo las horas 8 de la mañana abandonándonos así por el resto de la sombra.
Jorge Nájar. (Pucallpa, 1946). Fue uno de los fundadores del Movimiento Hora Zero, ganador del Premio Copé de la Bienal de Poesía Peruana con su libro Finibus terrae (1984), ganador del Premio Juan Rulfo de Poesía convocado por Radio Francia Internacional y la Maison de América Latina. Ha realizado también una intensa actividad como traductor de poesía francesa al español.