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Hay algo místico en la contemplación de una piedra, una suerte de intensidad en la quietud, un umbral infranqueable de disolución. Sin embargo, no hay nada de divino en ella. Cualquier símbolo postulado en torno a una piedra nos adentra en nuestra propia psicología antes que en su realidad concreta. Una piedra es una piedra: ubicua materia geológica. Explorando los contornos de esta otredad, «El lenguaje de las piedras» (Isofónica, Barcelona-Santiago, 2019) se revela como una reflexión en torno al lenguaje, la finitud y la resistencia.
Una piedra que rompe una ventana no delata a la mano que la arroja.
Nada menos relevante que el tiempo para las piedras. Con excepción de la palabra tiempo, de toda la pirotecnia del lenguaje. Tanto o más inerte que las piedras que lo aborrecen subestiman la alquimia de sus piruetas no aprenden a hablar por vergüenza, por lealtad al silencio.
Aunque creamos en sus poderes fácticos, en la forma en que rompen sucursales y vitrinas. Aunque pensemos que esa es la lucha: provocar una lluvia de piedras sobre los techos de la ciudad, ver cómo se construye siempre a través de la destrucción. Aunque creamos en ellas, las piedras son solo piedras y no lo que quisiéramos que fueran.
No hay ángulos rectos para las piedras ni formas completamente circulares. Haz el intento: mira una piedra con detención, comienza a describirla poco a poco. O mejor aún: lánzala y observa el trayecto que dibuja en el aire, la línea siempre imprecisa que se recorta hasta llegar al suelo.
Andrés Urzúa de la Sotta (Viña del Mar, Chile, 1982). Licenciado y magíster en Literatura. Ha publicado, entre los otros, los libros de poesía Zapping (Ripio, Santiago, 2014); Formas de volar (Gramaje, Santiago, 2017); Gracias por favor concedido (Hojas rudas, Valparaíso, 2018) y el libro objeto Letra chica (Libros del Pez Espiral, Valparaíso, 2018). Es editor del sello Libros del Pez Espiral y uno de los organizadores de A cielo abierto – Festival de poesía de Valparaíso.