# 1
Algo huele mal en el mundo y de seguro el hedor proviene de nosotros. En esta mundanidad inhóspita en la que a diario transcurrimos con suerte dispar, cuesta, tanto que cuesta emprender el vuelo, y al final ¿para qué? ¿para escapar de la mierda circundante? Los poemas de Mario Alonso no evaden: vuelan bajo, pero vuelan. Planean por los subterráneos del mundo como una rata alada atenta a todo lo que cae. El triunfo, finalmente, es del lenguaje, que disloca el espacio al seguir la estela de un olor fugaz.
Caerán hojas cual cosa del invierno, manía siniestra de reescribir cuadernos con borrosos nombres dejar papel y rascar párrafos, días partos que tiene uno, extravíos en mitad de algún lado, cuando habitaba en su mitad rondábamos nuestra parte, esa labranza posible. La vida ese imposible devenir de sucesos predecibles para alguien, porque nunca lo vimos venir, bajo el sudor del siempre y así. Y éramos viejos jugando a jóvenes, sellando hojas, olvidándonos de multitudes y cursilerías. Pues aquellos murieron, unos en verdad y otros de facto porque esos pequeños partos tienen algo de justo tan cierto mirando el papel amarillo donde escribí cosas que pasan una tras otra y se van dejando deshojar al mirar la distancia con ternura observar el viejo carnero antes del gatillo. No es este momento ni ninguno. Todo ha de perecer plácidamente —como es debido— en el gran contenedor de mierda, del mundo.
Los ratones comen murmullos, frutas no deseadas, pan viejo, esquinas ocultas de recuerdos, tercas ranuras de las tardes, las fotos del tío Leobardo, quien cantaba canciones con sabor a mate se comen incluso el plástico color caca del radio poseído. Tiernos ratones disfrutan el sexo, las cenas en familia. Los he visto bailar en el fuego de las tardes cálidas sumergirse encima del techo, mientras miran sus uñas y cuentan cosas de antiguos roedores y sus amores y enredos. Nunca desees engañar a quien confunde a los gatos, quien nos ha visto nacer y morir desde el dios de los tiempos, pues somos los mismos, nos alimenta el mismo celo, la misma hambre, los mismos sueños, los idénticos envenenamientos. Por eso siempre deseamos matarlos, con azules trampas de ajenjo, venenos de rodillas y de amores, odiamos su igualdad, sus ganas de sobrevivir, su esperanza.
El culo ese animal tan dócil difícil de domar horrible en su encanto en su rugir molesto. Culo moneda de mano herida que se busca beso que se esconde culo palabra redonda y escondida.
El viento mece espesas nubes, ramas azules como si fuera abril la mariposa medita, piedras gloriosas, alas de abeja, instante perpetuo vuelan mil veces azucenas voraces, guijarros, trino mínimo, armario de apariciones, aleteo entusiasmado. No aparezcas completa que me matas de placer. Ahora soy y no soy el de siempre, un arenque puede ser una entropía silencio palabra perpetua bosque recién descubierto en el incienso universo sin suceder y sin embargo. He estado desnudo de mí mismo, reloj de nada, reflejo de la tarde una sombra se despliega lentamente donde los mortales perciben olor de noche.
Mario Alonso López Navarro (Nuevo León, México, 1959). Escritor, poeta, editor y promotor cultural, director del Museo del Poeta Manuel José Othón. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía La densidad del aire (UNAM, Ciudad de México, 1991); La apariencia del árbol (Desierto-Instituto de Cultura Aguascalientes, 1999) y Murmullos (Secretaría de Cultura San Luis Potosí, 2005). Parte de su obra ha sido traducida al flamenco, al inglés y al francés..