Más que un catálogo de nombres o una vitrina de cuerpos decorados con la moda instagram, nos interesa la literatura, el acto creador, el trabajo de la hormiga que arrastra una miga de pan en la espalda a pleno sol.
Mucho se habla hoy del silencio, de los finales, de la imposibilidad de tal o cual, de la pared que obstruye el camino hacia otros territorios, como si un dios sin rostro —¿el capital?, ¿el canon?, ¿el apocalipsis?— nos hubiese dado una feroz palmada en las manos y las bocas.
Estamos cansados de negar la potencia de la literatura.
Los textos que aquí se reúnen apuestan por abrir espacios de reflexión desde la palabra mestiza. Ya sea poniendo el foco en territorios omitidos por los mapas (como el caso de Hualve, del escritor valdiviano Leonardo Videla) o en el devaneo deseante que acontece en la mente de una mujer (como brillantemente lo muestra el texto de la escritora mexicana Ethel Krauze), hemos decidido apostar por un entramado de voces que esculpen un espacio y un tiempo heterogéneos. La amplitud de esta muestra queda plasmada en las apuestas autorales, ya sea desde el paisaje y la sonoridad (como en los poemas-río de Víctor López o en los ejercicios naturalistas de Lilí Muñoz), la sintaxis y la imagen (como en los poemas cinemáticos del catalán Daniel Busquets, la prosa alucinada de Indira Anampa o las traducciones del poeta ruso Ósip Mandelstam) o desde el rescate de viejos modelos (como son las cartas que el escritor manchego Andrés Pinar escribe a Don Alonso desde Japón, o los poemas-crónicas de La Conquista del poeta chileno Carlos Henrickson).
Los textos de este primer número abren un territorio diverso donde la literatura campea a sus anchas siendo lo que siempre ha sido: el vuelo de un enjambre que amenaza con ser plaga y, tras su paso, un brote incipiente en la llanura.