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por Alex C. Oliver
Alicia García Bergua (Ciudad de México, 1954). Poeta, ensayista y traductora,es ante todo una lectora profesional apasionada. Comunicadora de la ciencia incansable, ha formado a una hilera de jóvenes divulgadores de la ciencia. Coordina el sitio y taller de cienciorama
Estudió Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 1975 hasta 1987 trabajó en la revista «Naturaleza», de la que fue jefa de redacción y en el Centro de Comunicación de la Ciencia de la UNAM. Desde el 2001 es miembro del Sistema Nacional de Creadores.
Considera que la enseñanza en escuelas y bibliotecas públicas no debe forzar a los chicos a la lectura, sino incitarlos a que lean lo que quieran y darles entera libertad para que cuando un libro les aburra, busquen otro.Subraya que la educación básica y media básica ha descuidado las aproximaciones cotidianas a la poesía y que los maestros podrían acercar la literatura a la realidad de los alumnos.
Sobre las bibliotecas, opina que “habría de propagarlas en todos los barrios; bibliotecas con cafetería en cada colonia, ¡eso sería una maravilla!, ya que muchas personas no tienen acceso a los libros, por falta de dinero”.
E insiste en que: “a los escritores hay que leerlos por curiosidad, no importa con qué libro empieces, hay que leerlo sin prejuicios, regresando a la inocencia. Los tiempos en que uno lee y relee los libros también se transforman y a veces nos dicen cosas que no te decían antes, según la edad y otros elementos. La literatura te hace descubrir cosas por ti mismo, parte de su gusto es explorarla, no descifrar las formas literarias ni confirmar las teorías, sino ser consciente de todas las cosas de los seres humanos y ampliar la visión de lo que somos”.
Tuviste el privilegio de formarte con Luis Estrada para aprender a divulgar la ciencia. En tu paso y participación en su revista Naturaleza, concluyes que no encontraron ese nicho o mercado de lectores exigentes y cultos que también querían saber de ciencia y para quienes el conocimiento científico formara parte de la cultura más elemental, y por esa razón murió aquel hermoso proyecto editorial; ¿crees que después de más de una década, el déficit o ausencia de lectores letrados o críticos (y que permea en todos los niveles sociales de nuestro país) sigue soslayado por la ética del dinero o la barbarie de la tecnología? ¿Qué más se puede hacer para disminuir ese nivel de lectura incipiente que no encuentra placer en leer sobre los avances y hallazgos de la ciencia?
Mi formación con Luis Estrada y Carlos López Beltrán ha sido muy importante. A mí el contacto con la ciencia y sus maneras de pensar me amplió el pensamiento porque me hizo consciente de todo lo que ignoro y seguiré ignorando en buena medida. Quizá ya no hay un nicho para una revista como Naturaleza, pero lo que hay en cambio es una gran cantidad de jóvenes investigadores y estudiantes de ciencia interesados en divulgar lo que hacen y en dialogar con otros sobre lo que saben. Además, creo que la revista ¿Cómo ves? en la que trabajo, ha hecho una gran labor de formación para los jóvenes. La cultura no es algo que realiza una institución, la cultura proviene de la comunicación. Luis Estrada denominaba su proyecto comunicación de la ciencia como no divulgativo, y pienso que es algo muy atinado porque la comunicación es algo muy complejo y que hay que hallar nuevas formas de llevarla a cabo.La comunicación implica mucha creatividad. El portal taller Cienciorama que tenemos en la UNAM es precisamente un proyecto de comunicación entre muchos participantes para hacer esos productos culturales que son los textos sobre ciencia.
¿Qué más hace falta hacer para quitarle la solemnidad y rictus de seriedad a la divulgación de la ciencia, para que se escriba de una forma más cautivadora, como una literatura capaz de superar al rígido artículo científico?
Lo que sucede es que tenemos una imagen de la ciencia que proviene de los textos especializados y de la enseñanza formal de la ciencia. Pero hay novelas como Máquinas como yo de Ian MacEwan donde los temas científicos cobran horizontes insospechados, o por ejemplo el espléndido cuento de El jardín de los senderos que se bifurcan, donde Borges aborda el tema de los universos paralelos.
Tú que sabes tanto de la ciencia actual por tu trabajo como coordinadora del taller en línea y presencial de escritura creativa en divulgación científica cienciorama, ¿sabes lo que le pasaría a un cerebro humano cuando no recrea su percepción y no enriquece su lenguaje con lectura?
La lectura y la escritura son esenciales para pensar bien. En el taller de Cienciorama hago que los participantes lean el libro de Walter J. Ong Oralidad y escritura: tecnologías de la palabra, donde habla por ejemplo de cómo las metáforas son maneras de formular y de detener en un espacio lo que se piensa para profundizar más en ello. Leer y escribir nos obligan a detener nuestro pensamiento, encauzarlo y enfocarlo.
En el 2002, Carlos López Beltrán publicó un espléndido texto: "Fronteras sobre el lenguaje común y el lenguaje científico" donde desarrolla la tesis de la conciencia del lenguaje que da "la escritura en lengua natural y silvestre" frente a los tecnicismos de los investigadores regodeados en su aislamiento petulante o esta zanja entre la dificultad de la neohabla complicada y las aduanas léxicas de las subtribustecnocientíficas. En tu opinión ¿se ha avanzado en este problema desde la divulgación de la ciencia en México?
A veces los científicos tienen que utilizar un lenguaje muy especializado para comunicarse entre ellos, no pueden estar definiendo y redefiniendo los términos todo el tiempo por la eficacia de la comunicación. Pero si el lenguaje de la ciencia incursiona en otros ámbitos se enriquece, cobra matices y ambigüedades misteriosas. Estoy pensando por ejemplo en el poema "Escoliosis" de la poeta Elisa Díaz Costelo.
En uno de los ensayos de tu libro Inmersiones (UNAM, 2009) citando a T. S. Eliot abundas en cómo la poesía permite ensanchar los confines interiores y cómo las palabras son primordiales en la formación de la sensibilidad y la madurez expresiva emocional. ¿Cómo imaginas que sería la convivencia socio afectiva de un país donde sus ciudadanos no leyeran poesía?
La poesía es un gran desarrollo de la inteligencia personal,y creo que, como dijo Eliot de Dante, esa inteligencia tiene que desplegar una infinidad de emociones. Al ver las posibilidades de cálculo y razonamiento lógico que despliega la inteligencia artificial, es ya obvio pensar que nuestra inteligencia es de otro tipo yque en ella las emociones juegan un papel esencial. La poesía es una manera de ahondar profundamente en los hechos, de poner las palabras al servicio de nuestra intuición y de nuestra curiosidad. Recomiendo mucho la novela que mencionaba antes, Máquinas como yo de Ian MacEwan, donde aborda el tema de la inteligencia humana y la artificial de una manera muy sutil y amena. Fue el neurólogo portugués Antonio Damasio quien empezó a abordar la inteligencia humana en estos nuevos términos. Creo que la poesía moderna es difícil de leer, porque para ello se necesita además de cierta educación literaria, una voluntad de empatía, de ponerte en la mente de otros, de sentir de verdad curiosidad por cómo piensan y sienten y cómo lo expresan en su lenguaje. Y ahora hay lenguajes artísticos supuestamente más fáciles para lograr eso, pero en realidad no lo son, porque −como pensaba Valéry− es incluso difícil entrar en la mente de alguien que uno supone tonto.
Has dicho que "en la poesía, estamos todos", que "leer poesía es una forma de reflexionar y ampliar el lenguaje" y que en la poesía "existe una suerte de intimidad universal humana" y que "quizá la poesía sea la conciencia elemental del animal que somos", ¿podrías ahondar, por favor, en este último verso?
Creo que el animal que somos es ante todo un animal que descubrió el lenguaje y una comunicación e incomunicación particular con sus semejantes y con el resto de la naturaleza. No nos vemos como animales, pero ayudaría mucho a nuestra civilización que lo hiciéramos, porque esa evasión nos vuelve más ignorantes y más peligrosos que el resto del mundo animal. Hay una soberbia que ahora estamos pagando en eso de creernos dioses. Hay un libro De animales a dioses, de Yuval Noha Arari, que es importante leer.
¿Cómo relees a esa adolescente que eras y admiraba absorta las conversaciones de Tomás Segovia con tu padre, y tantos poetas que visitaban tu casa cuando quedabas impresionada con su talento expresivo y su manejo del lenguaje, a la luz de libros tuyos como: Memoria e historia. La soberbia del olvido (UAM, 1985); Postales (1989); Fatigarse entre fantasmas (Ediciones Toledo, 1991) o La anchura de la calle (Conaculta, 1996), entre otros?
Mi papá se llevaba con poetas como Jomi García Ascot, Tomás Segovia y Álvaro Mutis, y con García Márquez que fue poeta en un principio, pero a mi papá la poesía no le interesaba, no era lector de poesía. Fue con mi hermano Jordi García Bergua y mi amigo Roberto Elías Calles, que escribían poesía, que oí recitar a Villaurrutia y me dejó una profunda impresión; y después por mi amistad con Francisco Segovia, el poeta hijo de Tomás con quien me hice poeta y con quien he conversado mucho a lo largo de mi vida, escuché mucho a Tomás y conversé con él. Pero me formé también mucho con amigos poetas de mi generación: Manuel Andrade, Ángel Miquel, Sergio Negrete, Pedro Serrano, Conrado Tostado, Carlos López Beltrán, Ena Lastra, Luis Cortés Bargalló, Fabio Morábito, Francisco José Cruz, Blanca Luz Pulido, Beatriz Novaro, Carmen Villoro, Carmen Leñero, Rosa Gaytán y un poco mayores, como David Huerta, Antonio Deltoro, Coral Bracho, Enrique González, mi difunto marido Carlos García-Tort y Eduardo Hurtado. Veo mi poesía como una gran travesía en la que he compartido y departido con mis amigos y eso es maravilloso.
Para ti, la cultura literaria consiste en "aprender a escuchar a los otros" y esta escucha "brinda la claridad de expresión necesaria para conseguir un buen diálogo". ¿Quiénes integran el itinerario de la memoria de tu cultura literaria, cuáles son esos autores que te dieron la dicha de enriquecer tu diálogo interno, o cuáles libros recuerdas como queridos y especiales compañeros en tu infancia, adolescencia y juventud?
Recuerdo haber leído muy joven De perfil de José Agustín y de cómo me impresionó ver ese narcisismo adolescente que yo también tenía, muy bien retratado, con humor y haciendo también patentestodas las inseguridades. Recuerdo haber leído mucho a Ibargüengoitia como colaborador de Excelsior donde contaba cosas muy divertidas que le ocurrían a él y a su familia en Coyoacán, por ejemplo, que la empleada que trabajaba para ellos primero le daba de desayunar a su familia en la cocina, y todos los problemas de su hipoteca. También leía sus cuentos y ese humor tan ácido aunado al de mi papá fue también parte de mi formación. La primera novela que leí en serio fue Los hermanos Karamazov, y en un primer momento el hermano bueno, Aliosha, era mi preferido; cuando releí la novela años más tarde me interesó más Iván, el hermano mayor, por obvias razones. Después mi novela favorita de Dostoyevski ha pasado a ser El idiota, aunque se debería llamar Los idiotas, porque creo que el tema es la incomprensión por parte de los dos personajes masculinos de la mujer que los vuelve locos. También leí muy joven La montaña mágica de Thomas Mann, que curiosamente me regaló mi padre con una dedicatoria en alemán inventado. Es una novela que he releído varias veces, y siempre he pensado que mi papá me regaló como enviando el mensaje de que la sociedad humana es como un hospital lleno de enfermos, de enfermos de dolor emocional, agrego yo. También leí de muy joven una vez En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, y me impresionó mucho pese a que en esa primera lectura no entendí muchas cosas. Son libros a los que continuamente regreso. En esas lecturas daba por hecho que las mujeres éramos igual a los hombres en muchos sentidos y que nos podíamos identificar con ellos, pero también padecerlos mucho porque me daba cuenta de que, aunque no lo dijeran, no nos veían como sus iguales, ni como personas de verdad.
En tu ejercicio poético el lenguaje diáfano y natural sobresale, una voz que emana de la curiosidad y el asombro, cuyo vórtice pareciera tu infatigable observación reflexiva que aspira a entender todo lo que te rodea para, entonces, darle esencialidad a esos momentos vitales de tu vida que cristalizas en un poema. ¿Qué papel juega la lectura de tus poetas predilectos clásicos y contemporáneos en tu proceso escritural?
A mí leer poesía que me gusta me incita a escribir, pero casi nunca pienso en que estoy escribiendo en relación a otro texto literario. Escribo como El equilibrista de Eliseo Diego, trepándome en cada línea y tratando de no caerme. Pienso como él que "Un poema no es más/ que una conversación en la penumbra del horno viejo/ cuando ya todos se han ido / y cruje afuera el hondo bosque." Me gusta ese espacio de intimidad con uno mismo que implican los poemas.
Tu hermana Ana, en un texto ingeniosísimo, titulado "Casas de libros", gesta una clasificación alegre sobre los libros: los perrunos y los gatunos. Cito: "los perruno siguen a su amo por toda la casa, en ejemplar suelto o en montoncito, y son capaces de viajar incansablemente del sofá a la mesa del comedor, a la mesilla de noche o a los cafés". En cambio, los libros gatunos: "se quedan dormidos en cualquier parte e incluso se agazapan debajo de cualquier montón de hojas sueltas, prospectos y anuncios, para que su caprichudo dueño no les interrumpa la holganza. A los libros gatunos uno pasa la vida entera buscándolos, pero se ven hermosísimos cuando uno los descubre acostados displicentemente sobre el televisor, invitando a que uno los acaricie". Corriendo al punto: ¿cómo describirías tu hábitat o ecosistema donde los libreros, la biblioteca y en general los libros, ocupan un lugar privilegiado en tu hogar y cómo caracterizas tu relación con ellos?
Vivo en un ecosistema de libros totalmente caótico donde libros perrunos y gatunos se pierden y los reencuentro. Leo textos que me interesan mucho en el momento por alguna razón, y de pronto me arranco a leer un libro hasta el final. Pero nunca me obligo. Leo de pronto algún cuento de Flanery O'Connor que me encanta o me inspira, o poemas de distintos libros o partes de un libro de divulgación científica que se llama Una historia resumida de casi todo, por ejemplo. Como poeta dedico mucho tiempo a pensar, más que a escribir. Creo que mi poesía encierra un exceso de pensamientos.
Creo que la dimensión del lenguaje ha ocupado una reiterativa preocupación en tu vida y profesión, parecieras paciente buriladora por lo concreto cristalino, ¿hay otro rasgo que sea recursivo en tu escritura o parezca una testarudez?
Creo que la obsesión por el lenguaje, por lo que podemos hacer con él, es mi motivación principal, es lo que nos hace humanos y distintos del resto del reino animal, al cual admiro también.
¿Cuál de tus libros te gustaría que se reeditara y por qué?
Me gustaría que se reuniera mi obra hasta ahora, más que se reeditara un solo libro. Todos me gustan, son como hijos distintos.
Tu trabajo poético es muy variado en temas y forma, pero, ¿hay algún tema que reconozcas como un tópico al que regresas irremediablemente?
Hay dos temas que están en toda mi obra, la familia y el exilio.
Te hablo por teléfono y miro con distracción una fotografía en la que tú me cargas. Somos y ya no somos esas mismas, nos unen esos brazos que ahora se reducen a esta línea. Hay un misterio por haber salido de tu cuerpo, ser parte de ese azar que tú fuiste llevando. En él se amarra el hilo donde se afirma y no mi nacimiento; desde ahí mi vida corre como un hilo. No hay libertad en ello y si la hay, es sólo aceptación llena de asombro de ir por una vía sin regreso en la que todo pudo no empezar.
de Tramas.
(Calamos, INBA, Conaculta, México, 2007)
Las nubes se van bogando; muy lentamente descubren parte del cielo en la tarde. Las miro por la ventana y pienso que se dirigen a alguna parte con sus jirones muy blancos atravesando los aires, como barcos de vapor que van flotando incansables sobre los campos. Las nubes se van bogando, se va el sol, se va la tarde; la noche me hace olvidar esos jirones tan blancos, como si ya fuera otra la que mirara estos aires. Las nubes no volverán, serán otras las que vengan en otra tarde a bogar. Otras, las nubes y yo, seremos en esas tardes en que yo ya no las mire avanzar por estos aires.
de Ser y seguir siendo.
(Textofilia; SEP, Conaculta, INBA, México, 2013)
Alex. C. Oliver (Cuernavaca, México, 1983). Catedrático, terapeuta y escritor. Director editorial de la AMEICAH, A. C. y editor en Ediciones Eternos Malabares S. C. Ha dirigido diversas publicaciones periódicas y diseñado diversas publicaciones impresas y colecciones para múltiples sellos editoriales. Coordina la Cátedra Maria Acaso. Autor de una veintena de libros de ensayo y poesía. Parte de su trabajo literario ha sido traducido al inglés, francés, alemán, italiano, portugués y náhuatl. Mediador de lectura especializado en escritura creativa. Integra una treintena de antologías en Iberoamérica. Ha sido miembro del consejo editorial de diversas revistas y ha sido jurado en diversos concursos nacionales e internacionales de creación literaria. Ha participado como ponente en diversos congresos en Canadá, Cuba, Argentina, Uruguay, Ecuador y Perú.