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¿Es el poder algo intrínsecamente humano? Los humanos no llegan a un acuerdo. Mientras tanto, los no humanos insisten en sus formas de organización, de violencia y convivencia. ¿No será que hay un germen insondable, la vida, cuyos oscuros mecanismos nos hermanan? A través del recurso renovado de la fábula, en estos poemas Matías Ávalos se lanza a las afueras del lenguaje en busca de un decir animal que responda o, al menos, plantee preguntas nuevas.
Las moscas son metáforas de molestia dicen quienes no vieron tu pata ser devoradas por estas máquinas impiadosas. Amigo perro ante esto no se pude sentir algo distinto a la ternura asustado y agradecido me empañas con los ojos el miedómetro mientras las moscas comen, comen y se me partiría el corazón te lo juro si me hubiesen dejado un poco. Agradeces pero ¿En qué momento van al baño? ¿En qué momento oxigenan sus fauces? Si según tú alivian el dolor ¿cómo limpian las herramientas con las que te esculpen? Amigo, la satisfacción también tiene cara de hereje y como habrás notado las moscas son una cosa bien concreta como la desaparición de tu pierna.
Amigo perro no des por hecho a la serpiente no lo hagas con el yacaré o el mirlo ni con la paciencia del cóndor ni con la aparente mendicidad de las palomas. Piensa dos veces antes de comer cerca de una boca de tuberías, reino de roedores. Y si vas a confiar en un gato hazlo a conciencia y si vas a confiar en un líder hazlo a conciencia y si vas a confiar en ti mismo pínchate las yemas quémate la lengua al menos tres veces en la vida para asegurarte de que lo hiciste a conciencia. Recuerda que los muertos tienen derecho al abono, pero no a la réplica que hay seres que les quitaron todo que no les queda nada que perder.
A la plaza del mil quinientos después de Cristo hecha de piedra volcánica quítale sus adoquines negros y a la iglesia de la misma época que corona la plaza quítale la piedra esculpida de sus portales los frescos que decoran el ingreso las velas con sus aceites los doscientos bancos que completan los cincuenta metros hasta el altar su cristo negro y su virgen negra y sus negros ángeles con su barniz también los panes de oro de las paredes que los contienen sin saber nunca, amigo perro, si los honran u ofenden. Quítale a esa iglesia los retratos enmarcados en oro y rubíes en zafiros, en amatistas, en diamantes del techo los frescos que custodian la fila de confesionarios las imponentes tumbas de Jefes de Estado cuya lista inicia con el primer español que pisó América. Quítale las viudas y los padres que lloran a sus hijos las tejas de barro milenario que cubren el techo con su color de lengua proscrita. Luego haz desaparecer la ciudad. Que no se salven las estatuas ni los vendedores ambulantes ni los turistas ni quienes les roban escupiéndolos no te detengas ante lo que los ingenuos llaman naturaleza nuestro implacable y desmesurado reverso haz desaparecer los cerros riega desaparición en los ríos en los lagos que replican el sol y su fuego original desaparece al volcán y su indiferencia. ¿Ves qué alivio da el blanco absoluto? dirígete a él. No pienses en tu pata ni tu lomo ni en el zumbido de la nube que te cubre. Bendito sean los infelices que por ley de proporcionalidad luego de una vida y una muerte miserables les corresponde una recompensa a la altura. Trabajador de la oveja y la vigilia compañero valioso de las fogatas traductor de los lobos, primer amigo sea tu cuerpo abono del futuro.
Matías Ávalos (Quilmes, Argentina, 1989). Escribió y montó el drama Niñitos Furiosos (Buenos Aires, 2016). Publicó los libros de poemas Todos juntos estamos solos (Hojas Rudas, Santiago, 2018), El fin del maltrato teórico (Lumpérica, Lima, 2019) y La estrategia de las medusas (Trizadura, Santiago, 2020). Vive y trabaja en Valparaíso, donde escribe reseñas y artículos para el suplemento de literatura La Palabra Quebrada.