# 2
Los insectos tienen mala fama en el imaginario arquetípico occidental. Basta ojear cualquier diccionario de símbolos al uso para corroborar que, por ejemplo, las hormigas cargan significados de disgregación y los gusanos de putrefacción. Las mariposas y las abejas acaso sean las únicas vestidas con las gracias del cielo, mientras que la mayoría son retratados como amenazantes embajadores del submundo. Los poemas de Eduardo Bustamante no rechazan del todo esta filiación de los insectos con la muerte, pero la comprenden desde un lugar menos morboso, a medio camino entre la mirada fascinada del niño y la mirada analítica del entomólogo. El resultado son poemas de una belleza cruda y sorprendente, donde el tono reflexivo nos guía en un viaje de ida y vuelta por el mundo de hormigas, babosas y escorpiones.
la última respuesta
de un cuerpo que se va.
Insignificante, como el día en que llegó
incapaz de hacer algo más
que confundir al niño que le recoge
y horas después se pregunta
dónde está el brillo
frente al pequeño bulto
que hiede, negruzco.
los gusanos surcando las llagas
que acarició antes de que muriera
pero al menos, sabía de la imagen:
cuestión de cultura popular. Bastaba
no merodear el rincón oscuro
de la mente en donde la apartó.
Esto es nuevo, y lo predecible del asunto
no le permite apartar la mirada
como si la culpa de pronto le atrofiara los miembros
y la obligara a entender, de a poco, lo que ve
una fila de hormigas se mueve
hacia una imperceptible grieta en el nicho.
Es un punto minúsculo, una esquina
en la lápida que reúne
todo el terror de su vida.
No puede dejar de mirar
quizás con la esperanza
de no verlas volver
e ignorar que hay otras salidas
imaginarlas pasando de largo.
más de lo que podríamos creer.
Al contrario de lo que nos haría pensar su aspecto
una babosa cruje al ser aplastada.
Median unos segundos de impresión
en que retiramos el pie húmedo
y le otorgamos, en el acto,
una agonía triste y convulsa.
Parecido a cuando no damos
el filo suficiente a las palabras
y hieren pero no cortan
un corazón que sangra
pero no encuentra su herida.
Las babosas también tienen corazón.
Y buscan su comida durante la madrugada, rigiéndose por límites compactos,
sin lograr escapar al horizonte de ciertas temperaturas, de ciertas distancias.
En el piso el trazo de un círculo de alcohol.
En su centro un escorpión, que no se mueve
hasta que la temperatura comienza a hervir;
sobre el alcohol ascienden llamas azules que definen de golpe
el delgado límite entre el dolor y el placer.
–De esto saben: el amor es una danza a forcejear
una manera pomposa de decir “tu veneno no es suficiente”.
El líquido bulle dentro de su cuerpo y la brusquedad de sus movimientos
harían pensar a cualquiera que atenta contra su vida; el aguijón parece buscar
el origen del frenesí para darle término y lo que sigue lo rectifica:
la silueta se detiene, la cola enroscada sobre sí misma.
Pero, llegado este punto deben leerse los hechos por segunda vez
ver la imagen con exactitud.
Eduardo Bustamante Fernández (Puente Alto, Chile, 1996). Licenciado en Literatura con mención en escritura de guiones. Trabaja como librero. Obtuvo una mención honrosa en el Premio Roberto Bolaño 2021 en categoría poesía. Ha publicado Th (2021, autoedición digital). Textos suyos aparecen en las antologías Mi canto no termina. 5 Años del Concurso Juvenil de Poesía Pablo Neruda (Fundación Neruda, Santiago, 2018) y ARDE: Acción revolucionaria de escritorxs (Antiyó, 2020). Escribe regularmente en Japonistas Chile, Liberoamérica y Masticadores Sur, entre otros sitios. Algunos de sus dibujos han sido expuestos en galerías virtuales como Aquí no hay arte o Galería Serendipia.