# 2
Como un ciego que va a tientas, el lenguaje no observa el paisaje, sino que palpa a cada paso el territorio. Así parecen avanzar las palabras en los poemas de Rodrigo Galarza, arrojadas a la intemperie de una tierra tan real como mítica, localizable en el curso sensible de la Historia antes que en los discursos con que la narramos. La trama de estos pasos se urde gracias a la potencia épica de la voz, que entre altos y bajos, entre cumbres andinas y llanuras desérticas, se expande hasta confundirse con lo que nombra: en su lengua se dibuja la sintaxis de la tierra, por donde legiones de muertos y de madres reclaman la justicia de lo que retorna.
y al final me hago el durmiente
el que adivina la sintaxis de la tierra
el modo más exquisito de decir adiós
oyendo lejanos los grillos
sintiendo crecer —sin quemarme—
el fuego de las raíces
para luego sí afirmar que esto que soy:
no es más que un viento detenido en mis tibias
un presagio alojado en lo que todavía sacude mis vísceras
y calmo retoza ante el sabor Blanca
¡vengan entonces!
miren a este durmiente que se reparte en “hermosuras tranquilas”
nada queda de su vanidad de haber creído entender a Propercio
o de haber sido “más” que la mano que escribe
nada sino un traficante que expolia los temblores aprehendidos
un brujo ciego que adivina la sintaxis de la tierra
no sé por qué hoy los muertos
se declaran en rebeldía y amenazan con estallar sus tumbas
y ponerse de pie con un violín entre los dientes
¡ay! cuán delicadas sus amenazas como riéndose en silencio
dueños de una oscuridad que ya no temen
y que ahora en medio de la nada hace brillar sus tibias
no sé por qué hoy los muertos
se declaran en rebeldía
no sé por qué el temblor del aire anuncia que Ezequiel tenía razón
que los huesos secos oirían la palabra de Yahvéh
y los tendones volverían a tensarse con vehemencia
con tanta que ahora sacuden la tierra
y despiertan a un ejército victorioso antes de la batalla
antes de que los salmos digan su irredenta verdad
y la fiebre por vivir contagie a los vivos
no sé por qué hoy los muertos
se declaran en rebeldía
esa que es fiebre
cuando sus húmeros golpean el tambor lunar
vaciando la luz de las estrellas
¡ah! esta embriaguez del después
del regresar colmados por las distancias posibles
entre el punto y la recta
entre la respiración de los mártires y los otros
aquellos que nunca supieron de la otredad
por estar naciendo siempre de sus ombligos
por pretender descubrir
—situados enfrente—
el detrás de los espejos
no sé por qué estos muertos pasan por mí en legión
y cada uno de ellos me asedia
con sus llagas abiertas
lápices sin punta
y rastros de viajes como cuando las aguas abandonan las rías
y de nuevo la intemperie nombra las cosas
no sé por qué
a Carlos Lezcano
todas las madres del mundo han llegado hasta aquí
en fila todas como las cordilleras
traspasadas de todos los vientos posibles
han llegado para llorar por sus hijos
los siempre nacidos y afiebrados
los siempre rebeldes en favor del sol y las migraciones
como en manada han llegado a llorar sólo a llorar
han llegado sedientas a brotar desde las entrañas del desierto
a rumiar la ausencia como si fueran pastizales de silencio
¡boro!¡boro!
suenan vacíos los tambores
y la luna oxidada acerca su córnea maldita
derrama gigante su lengua de mercurio y lame las heridas
en la noche larga han llegado
en la noche roja han llegado
en fila y solas mientras los flamencos hurgan y hurgan en el agua
los átomos vivos del crepúsculo
y picotean y picotean hasta agujerear el litio dormido en los kriles
en la noche quieta de marfil han llegado
casi de rodillas se han postrado llenas de inmensidad y de mareas en retirada
vi el temblor de sus pómulos
sus convulsiones
la tormenta inacabada de sus huesos anunciando los terremotos
las vi dormirse exhaustas
narcotizadas por sus hambres de caricias
las vi intentando redimir la tierra con sus lágrimas
nacer desde la sal amniótica del desierto
y sus dolores no eran de este mundo
pero ¡Sí! sus llantos
más sí que el dedo de dios
escribiendo en el cuero curtido de los volcanes
en las llagas petrificadas
en el baile quieto de los vientos del sur
las vi y allí sus lágrimas-ríos sus lágrimas-mar
ardieron en la gran cocina
en la silenciosa caldera donde los NN
se quedaron para siempre evaporando sus nombres
doliendo el aire de los vivos
en un temblor detenido de vértebras estelares
Rodrigo Galarza (Corrientes, Argentina, 1972). Desde el 2001 vive en Madrid. Es profesor de Letras. Ha obtenido entre otras distinciones el 1er Premio Poesía Los Creadores en la Universidad del Sol (U.N.N.E). Ha publicado en diarios y revistas de su provincia, de Buenos Aires, de Madrid, de Asunción del Paraguay, de North Carolina EE.UU., y de México. Algunos de sus poemarios publicados son: Diluvio en la memoria (Ed. Río de los pájaros, 1995), El desierto de la sed (Amargord, Madrid, 2005), Parque de destrucciones (El suri Porfiado, Buenos Aires, 2007; Amargord, Madrid, 2008), Dietario del ser (Subsecretaria de cultura, Corrientes, 2009; Ruleta Rusa, Madrid, 2016), Urubamba (Polibea, Madrid, 2018).