# 3
La realidad tiene múltiples interpretaciones y de eso la literatura sabe bastante. En este relato, Loreto Contreras nos cuenta, a partir de una prosa en apariencia objetiva, una escena que podría clasificarse bajo un abanico de palabras contradictorias: ternura, criminalidad, indiferencia, consternación, asco, alegría, gratitud. Todo eso y más es Clara, una chica con discapacidad intelectual que vive apartada de las normas que rigen nuestro mundo, y que nos recuerda que lo inesperado irrumpe siempre, sobre todo en los momentos en que creíamos tener el control.
Lo que en la ausencia fue pena
se convirtió en alegría;
así pasaron seguidas
horas de dicha serena.
Bendicen la luna llena,
señora del firmamento.
Dice una voz en el viento
en una lengua amorosa:
«¿Quién conservará la rosa
que se abre en este momento?»
Violeta Parra
Clara es una joven de veintisiete años, pero realmente su edad resulta irreconocible. Mirar su rostro es saltarse no sé qué espacio y qué tiempo para conocer a una criatura sin recuerdos, de esas que ven los hilos tendidos entre las cosas, pero no se detienen a nombrarlos porque la emergencia del disfrute es su ley secreta. Ella tiene los ojos pequeños y muy juntos. Las cejas, apenas separadas de esas ventanas, están unidas por un ceño casi inexistente. Una nariz larga y fina termina en una boca menuda y un mentón apurado en acabar. La cara es larga y nos hace recordar a un mono babuino.
Clara habla, sí, pero si pudiera solo movería los músculos de su cara para expresar lo mínimo necesario. Todo lo que sale de su boca es un divertimento inmediato que olvida con el próximo que venga. Eso sí, sabe reconocer los ojos que la miran. Sabe cuántas veces la han mirado: si una, si dos, si trescientas veces o nunca antes. No obstante, nada hace con esa información salvo ponerse contenta si esos ojos la sumergen en un goce cualquiera.
Clara es la última de sus hermanas. Eso le valió una condición que según el punto de vista puede llegar a considerarse una ventaja o una desventaja. Al ser la última, y sus padres ya muy avanzados en edad como para esperar sin miedo retoños sanos, Clara resultó ser una criatura con problemas genéticos que se traducen en lo que se conoce despectivamente como retraso mental. Esta condición representa una desventaja para todo el resto de su familia, quienes ante cualquier malestar suelen terminar aliviándose cuando ven a Clara en cuclillas ocupada con un caminito de hormigas o sonriendo abstraída ante el encuentro de una pelusa con un rayo de sol. No obstante esta apreciación de sus familiares, Clara sin saberlo vive en una ventaja permanente respecto al resto de los humanos circundantes, pues para ella la razón de ser de cada cosa es la diáfana certeza de que el mundo es lo que para ella está disponible en cada ocasión. A todo esto se suma que Clara, tanto por desprecio como por cansancio, no logró acaparar la atención de sus padres, por lo que vive libremente la mayor parte del tiempo en un estado que si se le hiciera un reportaje televisivo las redes sociales estallarían en insultos y protestas hacia sus progenitores. Pero tan invisible es en este caso la existencia de Clara, que ni siquiera alcanza para nombrar a sus circunstancias como negligencia.
Yo me pregunto: ¿es humana Clara? ¿Es un intento de humana que frustró su posibilidad de ser por lo que alguien podría considerar como un mero desorden en la información?
Cuando Clara cumplió quince años su familia decidió, poseídos por un innecesario remordimiento, celebrarle el cumpleaños. Sería un almuerzo familiar, un asado al que asistirían abuel-s, tí-s y prim-s y que al final del día sería más recordado por la calidad de la comida que por el motivo de la celebración. Clara no comprendió a qué iban todos esos esfuerzos, pero sí se enteró de lo incómodo que era el vestido que su madre la obligó a ponerse con la ayuda de una de sus hijas. A ella le molestó en particular el cierre en la espalda y el broche que ajustaba el vestido al torso. Picaba al principio, luego dolía. La madre y la hermana, una vez puesto, y no bien tuvieron sus excusas, se olvidaron del vestido y de la aflicción de Clara, salvo cuando dando la vuelta por alguna esquina de la casa se la encontraban abrazándose al intentar arrancarse aquello que tanto le hacía doler la espalda. Ese día dio vueltas por la casa intentando terminar con el flagelo.
Fue entonces que dos primos, que participaban de la comilona, la encontraron en esa posición de abrazo desesperado. Sus pasos descoordinados y deformes hacían coro al desarrollo impetuoso de sus cuerpos. Este caótico movimiento corporal anunciaba pensamientos torpes, lujuriosos y salvajes; aún no terminaban de descubrir todo lo que podían hacer con aquello que les colgaba en la entrepierna y que tanto les costaba llamar por su nombre. Los jóvenes primos una vez lejos de la mesa familiar encarnaron la excitación que les bullía, prueba de ello era la forma en la que comenzaron a pellizcarse mutuamente las tetillas y a golpearse rápidamente con el dedo índice los testículos. Clara no se interesó en su aparición al fondo del pasillo, ella simplemente siguió luchando con la condena que madre y hermana habían dictaminado. En cambio, para los primos, Clara apareció como la oportunidad de un juguete nuevo.
—A esta no le importa nada, si pudiera se pasearía empelota –dijo Martín, el primo que más robustez de cuerpo había logrado.
—La Paula y la Marcela me contaron que una vez se le dio vuelta un jarro de jugo encima y se sacó toda la ropa. Y dicen que abajo no tenía calzones, ni sostenes –reveló el otro, que se llamaba Gonzalo.
—Sí, mira ahora, se quiere sacar la ropa. Pensará que queremos verla empelota.
—Igual, ¿o no? –Gonzalo miró maliciosamente a Martín.
—¿La ayudamos? Te apuesto que no te atreves a agarrarle una teta.
—¿Agarrarle una teta? ¿Y si se enoja?
—Qué se va a enojar, si ni sabe hablar como humana –le dijo Martín golpeando con la palma de la mano en la nuca de Gonzalo, la cual se adelantó como ofreciéndose a ser decapitada: su preocupación por los sentimientos de Clara demostraba su debilidad, deshonrando a todos los de su condición–. Yo se la voy a tocar. Le voy hacer un favor. Y hará lo que le pidamos.
Seguros del dominio sobre su trofeo avanzaron hacia Clara sin un plan, tal como ella se había estado moviendo por toda la casa luchando con la prisión del vestido. Se arrojaron sobre Clara como depredadores jóvenes, pues bajo su punto de vista la ventaja era evidente: ellos eran dos hombres, mientras que Clara era demasiado estúpida.
La danza de cacería duró tan solo un par de segundos. Gonzalo cerró la puerta y Martín le desabrochó el vestido de un súbito tirón. Los primos sintieron cómo la excitación se convirtió en dureza extrema; Clara percibió toda esa violencia como un alivio y le surgió espontáneamente la necesidad de gratitud. Se volteó tan rápido como llegó el alivio, cruzó sus ojos con los de Gonzalo, cincuenta y seis habían sido sus encuentros previos. Clara solo lo supo y le apareció dibujada una sonrisa enorme que llevó hacia la boca de su primo.
Un beso. Clara lo besaba con fuerza desmedida, sin dosificarlo. La boca de ella chocaba contra su boca apretada por el miedo a ser devorado. Pongan en su imaginación una música leve, instrumental, ojalá con algunos vientos y violines que le dan a la escena un aire entrañable de amor fraternal ante el cual todos sonreiríamos, como disfrutando del exceso de ternura que se nos permite en ese único momento en el que dejamos que su débil fuerza nos penetre. Sin embargo lo más apropiado al caso sería que de fondo sonara una canción que incomode los sentidos, de manera que no sepamos muy bien cómo estar, qué hacer, qué postura tomar, ni cómo quedarse contemplando esta escena. Estas ambigüedades, susceptibilidades de espíritus inclinados a la explicación de cada cosa del mundo, no tocan a Clara. Ella solo sentía cómo la ausencia de dolor la repletaba de una saliva que de su cuerpo quería verterse en esa criatura que la había librado. Hasta que la saliva no hubo salido por completo y hasta saciarla, llegó el momento en que el vacío tomó su lugar y Clara lo dejó. Otra cosa se puso ante su atención, continuó su camino, otros hilos tejieron su tiempo.
Gonzalo –mientras todo esto ocurría– huyó, según él para buscar ayuda. No le fue difícil montar para el resto de la familia una escena favorable. Clara los habría atacado sin motivo, obviamente ella era peligrosa y salvaje, he ahí la razón por la cual no se podría encontrar ninguna explicación para los ataques. La madre de Gonzalo le dijo a la madre de Martín que criaturas como Clara no controlaban sus impulsos más bajos. Qué desastre para los pobres padres, no quedaba otra cosa más que el encierro. Los primos, por su parte, no volvieron a hablar del tema, ni de nada más. De hecho, luego del evento, apenas se saludaban en las reuniones familiares (hecho que fue comidillo de la familia, especialmente por la fingida tristeza que les provocaría el que niños tan jóvenes terminaran traumatizados por la negligencia de los padres de Clara, quienes se habían resistido durante largo tiempo a ponerse los pantalones y encerrarla). A Clara la consideraron, por supuesto, persona no grata en las fiestas familiares. Nada mejor para ella, sobre todo contemplando que ya no tendría que vestirse con irritantes vestidos. Los padres decidieron permitirle vivir a sus anchas en la casa, pero en la más estricta de las reclusiones. Nadie protestó.
Lo cierto es que Clara no se percató de los cambios, ni echó de menos a esos otros pares de ojos. Para su suerte, ella siguió viviendo indiferente a las causas, que la mayoría de las veces llegan demasiado tarde: no evitan el hecho de que lo imprevisto ocupe su lugar imperial en este estrecho transcurrir de los días.
De Cerrado por fuera (2017).
Loreto Contreras Godoy (Santiago de Chile, 1987) cursa un Doctorado en Literatura en la Universidad de Chile. Su primer y único libro se titula Cerrado por fuera (Nadar, Chile, 2017). Ha sido becada por el Ministerio de la Cultura y las Artes en la línea de Creación de cuentos el año 2022 y, este año, junto a Fernanda González se adjudicó el Fondo de escritura de guión de largometraje documental.