# 4

saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

GABRIEL LANE

Si la literatura es una de esas máquinas del tiempo que todos quisiéramos tener, Gabriel Lane nos invita a una visión del futuro como espacio abierto a la especulación. En estos fragmentos –entre narrativos y poéticos– Lane sostiene un diálogo con un tú que funciona como testigo del fin, un fin que, contrario a los dictámenes fatalistas que inundan la imaginación pública, entraña la posibilidad de la ternura, del encuentro cara a cara con un mundo de puertas abiertas, donde la destrucción será una fase más –una tan solo– de la pulsión de vida.

Tiempo muerto

19 de mayo de 2024: La Granja, paradero 30 de Sta. Rosa: placa de inscripción de una cápsula de tiempo

no abrir sino hasta pronunciar el primer adiós aireado el del recuerdo. hasta el entierro del cuerpo en un cielo de horizonte grafito y exhumar la palabra curtida. hundir ese sol sin quilates en una playa de aguas que bien podría el cobre, y el silencio, al 3er reojo descascarando su huevo vacío; el futuro, hoy dosmil24 diecinuevedel5, abierto a sus anchas…

Como a toda esta cápsula,
leer de ida y también
devuelta

27 de febrero de 2021, La Florida: escala humana



                                          moviendo una que otra pieza, en esta escalera de huesa
no sé si se baja o se sube                                                                                                ya no distingo
                                              soy                                                              o yo respirando
                                                   o es el colchón en que te soportas

20 de junio de 2022, Barcelona: exoesqueleto de libélula

contigo el final del mundo cayó girando, sin control de su propio eje, decidido a la inercia cada vez más acelerada por los lamidos de un sol que de pronto gobernó la ventana entre tú

y yo y la visión abierta, tan abierta como un suelo de treinta mil unidades oculares

sobre las que se posa una libélula. Treinta mil ojos de parra con sus raíces al aire, concentrados en el mismo espacio, nada excesivo, que ocupa la cabeza de un fósforo listo para hacer estallar todas estas emulsiones de petróleo filtrado tierra arriba.

El mundo cayó girando, las capas de suelo se desprenden y el paisaje se inunda, y la verdad es que contigo nada de esto suena mal, me digo, cuando te veo perderte entre burbujas de aceite que se levantan, como si algo abajo respirara, algo vivo y desconocido

presto a cambiarlo todo.

14 de diciembre de 2023. Pza Brasil: fruto hidratado

para F.

atendimos puntuales a la sombra del tilo. Puntuales a la promesa cierta de una estrella deshojada, una cuyas rodillas perdían la elasticidad de sus articulaciones. La hora acompañaba, sí, y con ella a nuestro favor podíamos explorar nuestros rostros, verlos remoldear sus proporciones en cosa de segundos. Plaza Brasil, nuestras palmas hechas palmera cuando son las ocho de la tarde y hay tanto adelante de baja sombra, sobre tanto pasto vuelto plata. ¿Habrá sido por una mezcla de ternura y desconocimiento?, cuando los frutos se hincharon de jugo, del suelo lograron levantarse; devolverse a las ramas de primera generación. Entre un pestañeo a otro, los árboles se empequeñecieron; los techos volaron y la obra gruesa quedó al descubierto. Los cimientos, su dentadura láctica comenzó a agarrarse al aire. Al aire, y tanto, pero tanto adelante, y las acacias en temporada de explosión, y cada fruto que volvía a caer nos trastabillaba la lengua.

Parece el fin del mundo ¿verdad? –bromeaste. Y ya a esa altura, nos encontrábamos maravillas escondidos tras los amarillos de las acacias, de lo poco que quedaba, de lo que poco a poco pulía el transparente. Y todo lo que alguna vez creció de ese suelo, el acero y la risa en nuestro cultivo secreto, fue succionado: los adoquines y las ventanas primero, los pájaros y las lenguas de amianto después, y así cada cosa regresó camino a las aberturas, cada cosa volvió a su lugar, hasta no quedar sino una pecera vacía, un desierto extendido a lo ancho solo para nosotros. Y hasta que de pronto cayó la noche, y comenzó a correr un viento rapidísimo, y el transparente lo barrió todo hasta que no pudimos vernos las caras.

martes 9 de enero, pucón: un retrato de mi amigo Rodolfo Rocha

martes y la puerta está abierta. En esta casa las puertas están abiertas, es martes y la puerta se abre, recompone la conformidad que cubre cada uno de estos muebles, la cocina, tus hojas desparramadas. Una pupila vertical llega sin atraso, la puerta se abre, las caléndulas se abren y cada una de estas estacas luminosas, frenéticas corren poquito a poco sus delimitaciones. Una expansión, puedes ver, proporcional a la mañana que se ensancha hacia adentro: las puertas se abren y te reincorporas a este vacío en que la mañana, sus primeros rayos sorprenden a los dedos de polvo impostando figuras en el aire. Las puertas se abren, abrir la puerta, sentarnos a tomar desayuno. El desayuno no está listo, sentarnos, volver a pararnos, abrir las puertas. Sentarnos. En esta casa las puertas están abiertas, el desayuno no está listo y el mundo, toda su mañana por delante.

Gabriel Lane Ovalle (Punta Arenas, 1996). Es escritor y editor. En los últimos años se ha dedicado a los oficios de librero, panadero, vendedor en Lo Valledor, cocina y pasó la pandemia armando maceteros con barricas de roble. Actualmente es editor en el área de publicaciones de la Universidad de Chile y en Agnición ediciones, proyecto que comenzó el 2022. Transita entre Santiago y Río Blanco, a 30 km del paso Los Libertadores.

« anterior

siguiente »