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Atisbos de literatura iberoamericana

Diario de un escritor de aforismos. A propósito de Cuaderno de Choisy de Miguel Ángel Arcas

por Camilo Bogoya

miguel ángel arcas (Granada, 1956). Es poeta y editor. Licenciado en Filología española por la Universidad de Granada, ha escrito los libros de poemas: Los sueños del realista (2000), que obtuvo el premio Nacional de Poesía Miguel Hernández 1998; El baile (2002); Llueve horizontal (2015), Premio de Poesía Ciudad de Córdoba «Ricardo Molina»; y Alevosía (2016). Asimismo ha publicado tres libros de aforismos: Aforemas (2004); Más realidad (2012) y Los tres pies del gato (2019). Dirige la editorial Cuadernos del Vigía.

La biografía de un hombre cabe en unos pocos meses. Un hombre que vive en una torre, en París, con una mujer que ama, un editor que habla de su oficio, un hombre que escribe y une la experiencia del confinamiento con sus recuerdos. En este libro que se aparenta a un diario, hay dos leyes: nunca traicionar el fragmento, nunca extenderse, incluso estar cerca del aforismo, del microrrelato. Y siempre volver a un puñado de personas que le conceden al libro y a la vida su materia y continuidad: el padre, la madre, el hijo, Roberta, son ellos quienes dan profundidad a los dramas del presente y a las evocaciones del pasado, ellos quienes generan puntos de tensión y le otorgan a este libro su fuerza y su carácter auténtico, entrañable.

Por estas razones, Cuaderno de Choisy puede leerse como una novela familiar. Por supuesto, una novela disgregada, con un hilo narrativo discontinuo, con una voz que sabe descender a los abismos de la nostalgia y elevarse a las nubes de la alegría. Una voz de observador, a veces fría e irónica, y otras frágil y conmovedora. Es la voz del quinto personaje, del narrador en primera persona, la voz del autor que experimenta y juega, con el paso de los días, cambiando de registro, intentando la comedia o el dramatismo, la crítica al Rey emérito de España, el elogio al fútbol, regresando a esa voz sosegada que va contando el tiempo y celebrando la vida.

Ese hombre, editor, padre, hijo, amante, memorialista, arroja una mirada esperanzadora en medio del derrumbe. A cada fragmento encontramos la calidez y la proximidad de esa voz conversada, y a cada pasaje queremos saber qué va a pasar, qué nos va a contar ahora, porque si bien es un libro que puede leerse de cualquier modo, el mejor sigue siendo desde la primera hasta la última página, sin saltarse ninguna de sus sorpresas. Esta es una de sus mayores virtudes, no agotar la expectativa que fácilmente se consume en la escritura fragmentaria, no dejar caer el suspenso en una narración interrumpida.

Mencioné al inicio que Cuaderno de Choisy era un diario escrito durante el confinamiento. Sin embargo, no hay una atmósfera apocalíptica ni de crisis sanitaria, y si no fuera por las escasas alusiones al encierro, la tertulia virtual con los amigos, la caminata por una ciudad insomne, la estadística de muertos, el diario podría situarse en otra época, en cualquier época, pues su objetivo es ser intemporal, es vencer al tiempo y su irrevocable tendencia a la destrucción y el olvido. Esta es la lucha del narrador que va dejando instantáneas de su pasado. Y repito: esa necesaria nostalgia de quien rememora los peores y mejores momentos de su infancia y juventud, ese inevitable desencanto de un cuerpo que envejece logra difuminarse en un presente combativo, el de la lucha por mantener la memoria a flote.

Esta novela familiar que no quiere ser novela muestra las posibilidades de ese género omnívoro que permite mezclar toda clase de materiales. Rayuela minúscula, en su diversidad no se pierde el tono, en su mezcla de mensajes de amigos no se extravía la voz del narrador. Y más que novela sería un diario, insisto, género de los márgenes, frontera donde caben todas las variaciones y lenguajes a condición de mantener la terquedad del yo que vuelve, inquebrantable, a testimoniar el hilo de los días.

Muy probablemente habrá un segundo Cuaderno. Quizá el poeta y escritor de aforismos, desenterrador de textos olvidados y promotor de la lectura, haya encontrado su género.

Algunos pasajes de Cuaderno de Choisy,
de Miguel Ángel Arcas.

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Tres días llevo en casa.

Poco después de operarme del corazón y tras el ictus que me asaltó sin clemencia ni aviso, regresé a París el 14 de marzo en un tren que, desde Granada, me llevó primero a Barcelona. Temí entonces quedarme allí, varado y solo en la estación de Sants. Un Torra encorajinado y absurdamente independentista quería bloquear Cataluña; debió pensar que los españoles teníamos la aviesa intención de castigar gratuitamente a los catalanes con nuestro aliento. Admirables criaturas los catalanes.

Al día siguiente el tren atravesó la frontera y los campos ordenados de Francia, porque los franceses miman sus tierras, sus viñas, sus montañas, sus llanuras; adoran el verde bajo el cielo.

París, por fin, era una fiesta que terminó a los dos días de mi llegada en un repliegue que no había visto desde la guerra europea.

***

Vivimos en una torre de treintaiuna plantas. A mayor altura que la mayoría de la gente. Más cerca de Dios, si Dios existiera y viviera donde muchos creen que vive, más arriba de los pájaros.

Desde aquí vemos la soledad de las calles, vemos a la mismísima soledad paseando sola, tranquilamente, por las avenidas, mirando escaparates, edificios, silbando una canción que no se llevará el olvido porque no habrá olvido de lo que no ocurre en las calles y en las plazas de esta ciudad llena de luz y de silencio.

***

Hacer cola.

Quién no ha hecho cola alguna vez. Quién ha tenido una vida tan fuera de esta vida que no ha tenido la necesidad de hacer cola en algún lugar, sea aeropuerto, supermercado, servicio postal o evento deportivo.

Hacer cola es una de las más promiscuas actividades de nuestra vida. La hacemos en todos los sitios. Nos gregariza, nos une, nos iguala. Hacer cola nos convierte en seres esperantes, nos exige disponer de una estrategia para que el tiempo no nos devore en inutilidades y vacíos, para que no termine siendo un tiempo psicológicamente muerto, o en el mejor de los casos un moribundo exasperado.

Hacer cola nos transforma en hermanos de espera, en compañeros de turno, en una especie de animalillos educados y cooperantes.

***

Pasan los años, pero no queremos que nos pasen por encima, que nos marquen en la piel o en los órganos el cansancio de haber vivido.

Camilo Bogoya. (Bogotá, 1978). Es doctor en literatura francesa y profesor en la Universidad de Artois. Ha publicado los libros de cuentos El soñador (ganador del concurso TEUC, 2008), y Ética para infractores (editado en México por Luzzeta, 2017, y en España por Ediciones Dyskolo, 2024). Su novela Dédalo fue merecedora del Premio Nacional de Literatura Universidad de Antioquia (2019). Numerosos artículos suyos de corte académico han aparecido en revistas de Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. Ha traducido al español a Hervé Bouchard, Daria Colonna, Fanny Taillandier, Lionel Ruffel, entre otros narradores, poetas y ensayistas.

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