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Camilo Arancibia ejercita una escritura rupturista, directa, coloquial y atenta a la oralidad; con un pensamiento crítico e irónico, un estilo antirretórico y prosaico pero de sutiles pinceladas líricas, renueva con una risa de dientes apretados la escritura antipoética chilena.
Mientras uno de los pollos espera al otro en el bar, toma una de las galletitas de la suerte chinas que ofrecen en el lugar. Sabe que ahí dentro se pueden encontrar frases hermosas sobre la vida, llenas de sabiduría. Antes de abrirla, recuerda una: “La humildad corona con el éxito las empresas del hombre superior”. U otra: “Que el sujeto mantenga la docilidad de una vaca y habrá buena fortuna”. Se sonríe y decide abrir la suya. Expectante, la abre. Lee allí lo siguiente: “En esta fábrica todos los trabajadores trabajan quince horas al día de lunes a domingo, sin vacaciones y con un salario malo. Si no cumplen, sufren torturas, golpes y malos tratos. Por fav”. El papel se ve cortado. El pollo aguza los ojos, pero no logra descifrar el mensaje.
Uno de los pollos le dice al otro que está yendo a un taller de poesía. Está aprendiendo a componer versos, señala. El otro pollo lo felicita y le dice que pese a no ser él un experto en ello, puede echarle una mano pues algo sabe de versos alejandrinos y décimas. El primer pollo le dice que justamente trae tres poemas para compartir. Estos son:
“Cuando el motor echa mucho humo Yo también prefiero hacerme Humo”. “En mi casa hay arbustos Yo quiero a la Iris Bustos”. “En el cielo hay estrellas Y yo digo que tú eres bella”. El otro pollo asiente lentamente con la cabeza.
Dos pollos, Fredez y Roussel, concurren al Hotel 226. Llevan 23 años de vida juntos y no se soportan. Aunque, la verdad, Roussel no se soporta a sí mismo. Por eso toman habitaciones separadas, pero comunicadas por una puerta interior. Esa puerta se cierra por la noche impidiendo el paso de uno de ellos hacia el espacio del otro.
Roussel toma medicamentos y Fredez lleva un diario con las dosis exactas para cada día, desde hace cinco años.
Roussel contempla el Festival de Máscaras que pasa frente a su hotel. Logra distinguir a las personas y se asombra de sus edades: son todos viejos. "En este pueblo no nace nada", piensa. El carnaval recorre la ciudad en silencio y los movimientos parecen exagerados, sin música. Uno de los viejos ejecuta una mala acción y se quiebra la pierna. Nadie lo ayuda.
"El carnaval cumple una función importante en este pueblo: el desecho de lo podrido", piensa. Roussel cierra la ventana y se dispone a dormir.
Al otro día, Fredez no encuentra a Roussel en su cuarto. Pregunta en la recepción del hotel y le dicen que salió muy temprano. Fredez comienza a caminar por la playa Alba. Entre la espesa neblina ve a Roussel quien está inclinado sobre unas piedras a la orilla del mar. Fredez se acerca y Roussel le dice que se está despidiendo. Que lleva cuatro horas saludando la arena, mariscos, algas, piedras, conchas y al mar.
Roussel clava su mirada en el horizonte. Fredez se aleja llorando. Las nubes se disipan y el sol ilumina con un rayo el oleaje. Es en ese punto donde dicha luz permite observar lo siguiente: dos formas peludas. Al principio Roussel no entiende y piensa que se trata de barcos, pero la altura lo hace descartar de inmediato esa idea. Roussel empieza a ingresar al mar y las olas lo frenan. No hace caso y continúa.
Camilo Arancibia Hurtado (Viña del Mar, Chile, 1985). Profesor de la Universidad de Valparaíso. Textos suyos aparecieron en el libro «Reconstitución poética» (Santiago de Chile, 2020) editado por las Jornadas de Derecho y Literatura. Ha obtenido diversos premios literarios. Actualmente se encuentra desarrollando el proyecto: 2996: biografías para los caídos del 11 de septiembre de 2001..