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saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

EDUARDO CABEZUDO

Agentes o pacientes espectadores del desastre: la dialéctica de nuestra especie nos obliga asumir ambas posiciones. Pero en el camino a la finitud que nosotros mismos propiciamos, la poesía puede proponer un desvío, algo así como una tercera vía con un final de ruta abierto, indeterminado. La poesía de Eduardo Cabezudo, rabiosa y lírica a partes iguales, se escribe en ese cruce, avanzando con un aliento envolvente donde todo lo que muere reclama un pálpito en el poema.

De la creación y el instinto suicida de algunas palomas

Dibujo cosas que me duelen y olvido lo mucho que anhelaba dibujarlas
Un animal entra a la ciudad para llenar de tristeza el halo de su muerte
Por eso bajan las palomas a los pies de los camiones
Para anidar en las mandíbulas abiertas
Para probar en la garganta el tamaño de los cráneos de sus hijos
Son los buches lugares angostos y llenos de piedras
Un músculo que apunta su furia hacia adentro como el corazón
Una línea de sangre para los picos que se gasta
Necesito pintar aves y borrar las plumas de la piedra
Sobre las pistas para recordar que me gustan los dibujos
Para no destruir mi creación
Alimentarte con la semilla molida de mi pecho
Para enfrentarte en el momento de tu vuelo
Crear amuletos de aire que no se estrellen contra el suelo
Así como se vacían los nidos
Es por ti que nacen las palomas

Bosón

Nos dieron el comunismo y no supimos implementar el comunismo.

Nos dieron la revolución en la industria y no pudimos liberarnos del amor a lo combustible.

Nos dieron el amor romántico y no le sacamos provecho a lo romántico.

Crecimos confiados en lo sustitutorio de la vida por debajo de las nubes.

Un caracol corriendo en la pista a la mitad del desfile pensando que muestra su pie carnoso mientras comprueba el buen sabor del vidrio. Futura mancha de pulpa y caliza a la mitad del nuevo suburbio.

La justificación de la escoba a la que ya no le quedan cerdas y llora pensando en la extinción de los moluscos.

Considerando con miedo la frecuencia con que muere la gente a la que admira se sorprende de lo rápido que nace y envejece el odio, entonces empiezan las fantasías:

Hay que plantar un árbol.
Hay que escribir un libro.
Hay que tener un hijo.

Hay que odiar a Dios y luego hacer las paces con Dios y luego, y si no se siente acosado, si es que le somos atractivos y si nos dio una señal de avance, hay que hacer el amor con Dios, hay que tratarlo con cariño o con fuerza; total, adáptate a su ritmo, que sepa que volveremos a llamarlo pero no mañana ni pasado, que no crea que estamos desesperados, que no piense que no hay otros dioses, al contrario; que crea que somos únicos, que tenemos iglesias únicas alojadas en templos únicos que de quemarse darían una luz única que atraería a su fuego insectos únicos y gigantes, hambrientos del dulce sabor de las cenizas y el olor a apareamiento, movidos por ese espíritu desalojado por la fuerza de la redención, ese síndrome compuesto por múltiples maldades todavía lejanas al aprendizaje, similar a la ingeniería necesaria a la hora de levantar una sonrisa sin echar mano de lo ridículo.

Rehenes ignorantes como somos del razonamiento lógico, el pensador reforma lo pensado y cambia de lugar ideas y personas.

Un bosón se instala en el pecho sin pulso ni masa, no crea nada, pero quema.

Extinción

Guardando en el bolsillo a los pobres culpables de tu estatura, querido profano, estimado hereje: habéis descubierto que estamos mal distribuidos en la tierra y desaconsejados, repartiendo ruidos en el salto del corazón a la lengua, apresurados en los andenes que decoran el cuello de las vías férreas.

Perpetuos en la preocupación, sobresale el cutis de una máscara vista del lado pobre de las fronteras. No hay aquí un seno de depresión dorada para levantar como bandera en la marcha contra el abuso de los tintes.

Has conocido a la vaquita marina justo cuando estaba al borde de la extinción y le has reclamado a las treinta por lo egoísta de sus deseos.

Descorazonadora línea donde nadie sabe del nacimiento de las protestas, donde el borrador es transformado en el enemigo, donde los poemas quieren salvar a las especies en peligro y se cuelan en las noches de homenaje a las lenguas extintas.

Suculentas presas de dodo con ajíes y papas, con cervezas heladas, a trece con bolsa y a doce para los amigos.

Suele ser una pena quedarse observando cuando desaparece el genoma de los bichos favoritos, pero si es por evitar sus palmas, les juro que ya no me extingo.

Eduardo Cabezudo Tovar (Lima, Perú, 1981). Participó en las antologías Al otro lado del verso (Elefante editores, Lima, 2012); Vox Horrísona. Muestra de poesía peruana última (Eternos Malabares, Ciudad de México, 2013) comps. Alex C. Oliver y Fernando Reyes; Enero en la palabra 2014 (Dirección Desconcentrada de Cultura de Cusco, 2014) y Antología XXII Enero en la palabra (Gobierno municipal del Cusco, 2018). Ha publicado los libros de poemas Póstuma(mente) (Celacanto, Lima, 2015) y La liberación de las ranas (Celacanto, Lima, 2017).

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