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saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

MACARENA CORTÉS

Antología Imbunche:

Ilda Cádiz y Elena Aldunate:

dos escritoras raras de la literatura chilena

Selección y presentación a cargo de Macarena Cortés Correa, Editorial Imbunche.

Cuando nos preguntamos qué es la literatura rara, se abre un amplio paraguas donde puede ubicarse casi cualquier obra no canónica o marginal respecto a una tradición determinada. En el caso de la literatura chilena, en el centro de su tradición se ha ubicado históricamente la novela realista, heredera de la narrativa fundacional, influenciada por Europa y la Ilustración. Aun así, a lo largo de sus dos siglos de historia, en Chile han existido textos literarios que han sido excluidos de este canon, por aproximarnos “a esa sensación peculiar, incómoda, vagamente sobrenatural” que nos recuerda China Miéville, a la que Freud bautizó como “inquietante”. Particularmente, en el caso de las escritoras que han cultivado este tipo de literatura, su desplazamiento respecto al campo literario se refuerza aún más por el hecho de ser mujeres en un sistema dominado históricamente por hombres. Así, se puede hablar de una doble marginación: por el cultivo de literaturas “raras” y por razones de género.

Dentro del panorama chileno la escritora más reconocida por explorar lo extraño en narrativa, particularmente en la modalidad fantástica, fue María Luisa Bombal (1910-1980), quien –a diferencia de Mistral y Brunet– nunca fue merecedora del Premio Nacional de Literatura, aunque hoy sea mencionada dentro de la reducida lista de escritoras del boom latinoamericano. La presencia de elementos fantásticos en Bombal ha sido ampliamente estudiada por la crítica, y ya puede rastrearse en una de sus obras más tempranas, la novela La última niebla (1931). Sin embargo, poco se ha estudiado a otras autoras que han buscado plasmar en su narrativa estéticas que se alejan de la mímesis de lo real.

Para este especial de revista Saranchá (dedicado a la literatura rara) me referiré a dos escritoras chilenas, Ilda Cádiz (1911-2000) y Elena Aldunate (1925-2005), quienes pueden ser ubicadas junto a otras escritoras chilenas dentro de la generación del 50’ (Olea, 2010)[1], cuyo referente común es “una política escritural situada en lo privado y en la intimidad, [que] les hace posible abrir otras percepciones del orden dominante, potenciando interrogantes críticos al régimen estabilizado de lo femenino” (2010: 104). Son estas “otras percepciones del orden dominante” las que abundan tanto en Aldunate como en Cádiz. En sus relatos prevalece “la desnaturalización de la sumisión de la mujer, que la sitúan históricamente en el orden de una sociedad eclesial-patriarcal, burguesa y hacendal que evidencia su desmoronamiento y su decadencia” (Olea, 2010: 104).

Los relatos que se presentan a continuación pertenecen a volúmenes de cuentos publicados entre 1967 y 1984. Elena Aldunate publicó El señor de las mariposas, su primer volumen de cuentos, en 1967, y Angélica y el delfín en 1976. Ilda Cádiz publicó en 1969 su primer libro, La Tierra dormida, y luego La casa junto al mar, en 1984. Las formas en que estos libros circularon fueron diversas, lo que tiene que ver con que las autoras habitaban mundos que contrastaban entre sí. Mientras que Elena Aldunate provenía de una aristocracia santiaguina, con recursos para financiar sus publicaciones, Ilda Cádiz, oriunda de Talcahuano, trabajó en la capital gran parte de su vida como secretaria en una línea aérea. Fue una aficionada de las letras y colaboró en medios, pero tuvo que esperar casi hasta su jubilación para poder publicar su primer libro, a los 58 años.

En un contexto complejo en varios aspectos, como el decaimiento del movimiento feminista, el repliegue de las mujeres al espacio privado y el régimen político opresivo, estos géneros eran considerados “evasionistas” para los artistas y activistas que luchaban contra la dictadura, sin que en su momento pudiese apreciarse cómo en estos se confrontaba la realidad en la que se excluía a las mujeres. Como bien menciona Olea: “Releerlas en la actualidad requiere establecer las correspondencias o disidencias escriturales con su contemporaneidad, pensar las procedencias filosóficas e ideológicas del pensamiento que las anima, para establecer contigüidades, similitudes y distinciones entre sus escrituras” (2010:102). La desnaturalización o desautomatización de los discursos patriarcales y de la sumisión de la mujer se aprecian en la narrativa de estas escritoras en el cuestionamiento de los límites de su propia realidad en un sistema totalitario y patriarcal, utilizando lo fantástico como forma de representar la otredad.

Con la finalidad de dar a conocer estas escrituras en su amplitud de registros y en la hibridación de géneros narrativos que ambas exploraron, se han seleccionado dos relatos de cada una. De Elena Aldunate he elegido los relatos “El mecano verde” (1967) y “El niño” (1976). El primero de estos se puede etiquetar de forma sencilla como ciencia ficción, por la aparición de un Ovni en plena ciudad, sin embargo, lo que llama la atención es la focalización de la narración, centrada en una mujer que es testigo de este hecho. “El niño”, por su parte, se desarrolla en una consulta psiquiátrica y se centra en el diálogo entre el médico y la Sra. Gutiérrez, quien ha decidido acudir al Dr. Jonnson para pedir ayuda con su hijo, que presenta comportamientos extraños. Esta extrañeza presente en el niño es también característica del relato en sí, pues no es fácil su rotulación dentro de un género en particular. Elementos fantásticos, de terror, ciencia ficción e incluso costumbrismo pueden ser sondeados a lo largo de la lectura, quedando para el lector el veredicto final.

Algo similar ocurre con el relato “La casa junto al mar” de Ilda Cádiz, en el que dos voces narrativas se contraponen: una supersticiosa y otra científica. No es posible cerrar su lectura como un cuento de ciencia ficción, terror o fantástico, sino más bien deja la puerta abierta a la interpretación. En este se pueden apreciar temas como la mutación de las especies, la eugenesia y las pseudociencias. Por último, he incluido “La Tierra dormida” (1969), que forma parte de lo que hemos denominado “Ficciones de la Quinta Era Glacial”. Junto a otros tres relatos, en “La Tierra dormida” la autora especula en torno a un mismo motivo: una catástrofe futura, la Quinta Era Glacial, que vuelve la Tierra inhabitable para la especie humana. Estos pueden ser fácilmente catalogables como ciencia ficción o incluso ciencia ficción climática, un tema fundamental en la obra de la autora junto a la hibridación de géneros.

Tanto los relatos de Elena Aldunate como los de Ilda Cádiz han sido recientemente reeditados por Imbunche Ediciones como una apuesta por visibilizar estas autorías raras que poca cabida tuvieron en sus contextos y que hoy parecen una lectura fundamental por la inusitada actualidad de sus temáticas. Agradecemos a la revista Saranchá por entregar este espacio de difusión a autoras que se han mantenido en la marginalidad durante décadas y que gracias a iniciativas como esta logran salir de sus confinamientos.

Selección de relatos:

Editorial Imbunche

Imbunche es una editorial de Viña del Mar, Chile, que actualmente también tiene sede en Barcelona. Comenzó el año 2014 como un sello editorial de narrativa latinoamericana y debe su nombre al imbunche o invunche, ser mitológico mapuche que ha sido encerrado en una cueva, a la que acuden brujas y brujos para consultar sobre el devenir. Pero el imbunche no habla. Raptado y escondido, nunca conoció su lengua materna, solo sabe balar, pero es en este sonido “atrofiado” en el que es posible oír el futuro.

Imbunche Ediciones crea su catálogo con el interés puesto en géneros periféricos, como el fantástico, la ciencia ficción y el terror, por un lado, y por otro, con un afán reivindicativo respecto a la publicación de voces oprimidas.

Es dirigida por sus fundadores Macarena Cortés Correa y Gonzalo Pedraza Plaza. Puedes seguirnos en nuestras redes sociales:

Notas

[1] Ilda Cádiz, aunque no es mencionada por Raquel Olea, en la década del 50 colaboraba en la desaparecida revista Margarita, destinada a un público femenino, donde colaboró con una cincuentena de cuentos y poemas con el pseudónimo de Dolores Espina.

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