# 3

saranchá

Atisbos de literatura iberoamericana

GERMÁN CARRASCO

Algunos “hacen cripsis” cuando quieren camuflarse y pasar desapercibidos, probablemente por supervivencia, pero también por pudor. En todo caso, el poeta chileno Germán Carrasco bien sabe que uno de los preceptos de la poesía es, justamente, la elipsis. No decirlo todo a bocajarro, sustituir la primera persona o, al menos, darle una vuelta a la experiencia personal antes de servirla en un poema. Aun así, en estos textos inéditos reconocemos una voz urgente, una poética del camuflaje como resistencia política, pero también como posicionamiento estético frente a una realidad en donde pareciera que la libertad, en todas sus formas, está en entredicho.

Un poema es un
rosario de sílabas

U-
     na-
           so-
                 la-
                     sí-
                          la-
                               ba 
                                    y zafo  
                                      
Cómo se legisla contra la censura, la mordaza, la cancelación,
la extinción de las especies que esté de moda extinguir.
El horror de los medios financiado por el poder
                                      Y si hubiera ley de medios
                                se corrompe al mes y medio
                          y cagamos –otra vez  medio a medio
 
                                                      Una sola sílaba.
       
                          El puma no tiene ningún tipo de poema en su piel.
                          Su piel es gris, llana y silenciosa como la montaña.  
 
Hacer cripsis. Susurrar. Crear
un sistema de caricias significantes
El lenguaje de los sordomudos
El de los delincuentes y los amantes
Para que no nos detecten y eliminen
Para sobrevivir
 
No el despliegue estridente
ni el grito épico la alharaca y la queja
 
sino un rosario de sílabas
o pétalos incrustados en la diadema
de la hermosa fantasma de la montaña.
 
Sílabas secretas
y no vigiladas
para que los félidos crucen
desde la A hasta la Z
el alfabeto
ocultos tras las grafías
sin que los acribillen
 
—disparaban a los ojos, Ger.
 
Wiña en noche de rifles,
puma que huye  por sus propias huellas
a ritmo un contrabajo o bajo
que marcan sin manierismos
Ron Carter o Kim Deal 
mientras se logra hilar
a pesar de la asfixia
                                                             un rosario de sílabas:  
 
un amuleto para hacer de escudo
a mil agresiones.
 
Sí, se divierten disparando
pero tienen pésima puntería.
 
Una
sola
sí.

Una estrella fugaz tras
los fuegos artificiales

1

Quizás de eso se trate todo esto:
distinguir una estrella fugaz tras los fuegos artificiales
o el canto de un chercán tras el griterío de los loros,
quizás hay muchas diferencias entre un grano de arroz
y otro, un grano de arena y otro
–aunque suene a hacerse el Blake– Tal vez eso
piensa el niño que en vez de mirar la inmensidad
de las montañas que fascinan a los adultos
mira en cambio piedritas o semillas.

2

Intento de fijar de matar de enmarcar
la sílaba. Anotar cosas como:
           
            tras todo acento, todo dialecto, toda lengua
            yace la estructura híper-profunda del susurro
 
le parecen un poco altos esos versos:
falta lo impar,
los eventos bajo la refrescante sombra
del árbol atonal           
en donde descansamos de la violencia
del sol achicharrante   
y la dictadura de los formatos;
 
Sea el poema una partitura
y no su interpretación
porque en los eventos del amor y la muerte
se habla despacio
o no se habla
y está el lenguaje íntimo de los amantes
y los bichos que se detectan frotando sus antenas.

3

La palabra tiene, en su punta, forma
de taladro: si uno detiene la foto
puede ver las virutas y serrines
que hace al ingresar a la madera
 
y al irse deja un punto
de cicatriz eterno en la dermis,
trabajo para la cirugía
o algún polvo cosmético.
 
La cola de una sílaba cuando desaparece
es como los 20 convulsivos centímetros
de una culebra que huye veloz
–pero siempre en silencio–
por un intersticio
y se parece un poco a los perdigones
que disparaba la policía a los ojos
¿Se acuerdan?

Testamento de Chico Jorge

Tuve los mejores amigos
y me voy a ir de aquí agradecido
por la existencia de algunas mujeres.
Tuve páginas, silencio y alcancé a ver
al territorio despertar en primavera.
Tengo una hija hermosa e inteligente
y una novia fascinante que defiendo a tajos
contra el desierto más tórrido del mundo
—ayer enseñó landays de Afganistán
en un colegio en riesgo social.
Disfracé mi palabra, por pudor
pero hoy me permito la primera persona
a pesar de los consejos de­­­­­ ese tal G. C.
según quien no se sirven sin reposo
los platos hirvientes de la experiencia
y que es violento y pobre de recursos
comenzar los versos con mayúscula.
Estoy cansado de este pueblo
su cultura sometida y secuestrada
sus actores de telenovela en campañas
su filisteísmo barbárico y cultural
su ignorancia y falta de audacia
su reticencia rotunda al cambio
              de palabras y de sangre.
Su infinita crueldad de chacal arrinconado.

Germán Carrasco (Santiago, Chile, 1971) es poeta, traductor y ensayista. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía Clavados (J. C. Sáez Editor, Santiago, 2003), Multicancha (El billar de Lucrecia, Ciudad de México, 2005), Mantra de remos (Alquimia Ediciones, Santiago, 2016), Imagen y semejanza (Lumen, Santiago, 2016) y Metraje encontrado (Editorial Hueders, Santiago, 2018). En ensayo, destacan A mano alzada (Cuarto propio, Chile, 2013), Prestar ropa (Lumen, Chile, 2019) y La mantis en el metro (Seix Barral, Chile, 2021). En traducción destaca El Mercader de Venecia (Editorial Norma, Colombia, 2002). Participó del Taller de Escritores de Iowa y estuvo en la Residencia de la Rockefeller Foundation. Ganó el Concurso Hispanoamericano Diario de Poesía (Buenos Aires, 2000), el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (México-Costa Rica, 2000), el Premio del Consejo Nacional del Libro a Mejores Obras (Chile, 2002) y el premio Pablo Neruda (Fundación Pablo Neruda 2005). Actualmente reside en Santiago de Chile e imparte talleres de escritura.

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