# 1
Fue una peculiar forma de entrar en el verano cruzando un camino de ripio lleno de vidrios rotos y destellos de un relato que se resistía a ser compuesto. En tanto los sueños se entremezclaban en una misma sustancia indistinta similar a la resina de los pinos que tanto cuesta quitarse de la piel y cuyo olor te persigue, vivir se me hizo de pronto algo razonable: me dediqué a escuchar y anotar pacientemente los sueños ajenos que como zarcillos se me encaramaban por el cuerpo introduciendo en mi garganta cierta flor constructiva: pacientes pasifloras que brotan de las piedras sobre la turbiedad de un riachuelo. Mis pasos, que solo seguían una ruta virtual —vueltas en un círculo que se espirala— inducían un leve temblor en la mente, fogonazos capaces de disolver el paisaje con tan solo un giro de cuello como cuando te tocan el hombro, y al voltearte te encuentras con alguien que simplemente te había confundido. Las ilusiones seguían ahí intactas, arropadas con redundantes palabras sobre la época la imposibilidad de tantas cosas que esperan en la sala de emergencias su inyección, empastilladas hasta decir basta, o al menos sugiriéndolo con un silencio doliente de mandíbulas tras largas noches de metáforas sobre el bruxismo. La inmersión fue casi completa, pues algo probablemente obvio se escapa cuando decidimos alejarnos, dejando atrás tantos recuerdos innecesarios y tareas pendientes cuyo influjo, como una represa construida en la infancia, nos persigue. El agua empozada, la vida detenida en sus instantes, pronto se rebalsará y seguirá su curso arrastrándose anda saber en qué sentido.
Fernando García Moggia (Viña del Mar, 1990). Licenciado en Historia y Teoría del Arte (Universidad de Chile) y Máster en Estudios de Traducción (Universidad Pompeu Fabra). Finalista del Premio Adonáis de poesía (España, 2020), Becario de la Fundación Pablo Neruda (2017), Beca de Creación Literaria (Consejo de la cultura y las artes, 2021). Actualmente prepara la publicación de su primer libro de poesía, El fruto del árbol sin raíz.